lunes, 3 de febrero de 2014

Consensos... oportunidad

Por Claudia Magnou

Me alegra estar en un nuevo año, sintiendo que el consenso, como guía de esperanzadoras visiones, nos puede llevar en común hacia nuevas dimensiones… aquellas que nos esperan desde SIEMPRE.

Y ello me lleva a compartir algunas sensaciones y sentires, como fémina, representante de la vida… Vida, que en permanente consenso nos habilita, nos anima, nos lleva.

En el año del Caballo de madera, la expansión nunca antes vista en el Universo, como nos ha dicho nuestro Maestro… decirles que…..

En su hábitat natural, el caballo no va solo, se mueve en manada. Quien lleva la manada es una hembra mayor,  lidera en base a que es la que tiene más experiencia, porque permanece, y al permanecer se hace confiable. Los sementales van y vienen.

¿Quién no depara en un caballo, en su belleza, en la elegancia de su movimiento y en su libertad, cuando recorre sin fronteras los campos, como si la Tierra hubiera sido hecha para galopar?

Noble animal, que ha dejado que el hombre monte en su lomo, durante siglos, quizás esperando que alguna vez, esté dispuesto a evolucionar, y emprenda el vuelo, dejándose llevar.

Pero el hombre, ha preferido considerarlo bruto, digno de domesticar, y así, lo ha acompañado, a lo largo de los tiempos, en sus conquistas, en sus batallas, en sus competiciones y amaestramientos. Muchos amarres y ataduras ha tenido que ponerle, cuidados y mimos proporcionarle, para que permanezca con su amo, abandonando su anhelo de galopar libre.

Algunos seres que han optado por ver qué es lo que el caballo les puede enseñar, abandonando el afán de domesticarlo y mostrarlo como trofeo, nos cuentan que el caballo es delicado por naturaleza. Y esa delicadeza se da, cuando pasta suelto en la pradera, allí puede aquietar su mente, y como la imagen transparente que se refleja en un lago, se transforma en lo que en verdad es. Y esa delicadeza, viene de dentro y se mantiene siempre. Cuando domamos al caballo, lo adiestramos para que sea ligero, y haga piruetas para mostrar, y toda su delicadeza desaparece… hosco y huraño se vuelve.

El caballo se conecta con el hombre, cuando éste es auténtico; cuando se muestra en lo que siente, ya sea que esté triste o que esté contento. Cuando percibe, en el humano, el miedo por controlar las emociones, por imponer y dominar, se aleja. Por ello, el caballo puede ser un reflejo de cuán unificados estamos en nuestro pensar, sentir y hacer.

Algunos consideran que no todas las personas pueden acercarse a un caballo, ya que, como recogen muchas culturas, está en el límite entre el mundo real, visible, material, y ese otro mundo simbólico, invisible, de sueños… El caballo se apercibe de si el hombre, en su consciencia, es capaz de integrar ambos mundos, traer lo invisible a lo visible. Y es parte de su labor, reflejarnos nuestra ignorancia de no ser capaces de lograrlo… “no lo estás haciendo bien, te falta”. Ello hace que, al reflejar lo negativo, el humano pueda sentirse frustrado, despertar sentimientos negativos hacia sí mismo, como ocurre muchas veces con quienes trabajan con caballos. Y ante ello, el hombre lucha, impone, lo arrastra, lo espolea y azuza, aún cuando eso implique un daño, un sufrimiento y un dolor para el animal.

Otros nos cuentan, que al comunicarse con el caballo desde su estar, sin frenos ni monturas, desde el respeto, se abre en el hombre una fuente de inspiración, que aumenta la capacidad de comunicación verbal, integrando a su vez, la palabra con una armonía del movimiento del cuerpo, una coherencia…  y la delicadeza comienza a brotar de dentro.

Todas estas cosas que hemos recogido, de la experiencia de otros, nos han llevado a reflexionar…

Como servidor hacia el reino de lo humano, ¿no estará mostrándonos el caballo nuestra evolución como Humanidad? Seres que hemos sido colocados en este Paraíso terrestre para expandirnos sin fronteras, sin límites, con todo a nuestro servicio, pero sin nada que poseer, sin nada que nos ate… y hemos optado por domesticar, dominar, conquistar, abandonando nuestro ideal, atrapándonos en un mundo cada vez más material, dejando de ser auténticos, de disfrutar…  y optando por infligir daño a otros, en la consecución de un placer o una importancia personal.

El caballo nos da la oportunidad, como seres humanos, de plantearnos que podemos encontrar formas de comunicarnos sin causar dolor, que la comunicación y la convivencia pueden plantearse de forma diferente, desde lo que cada ser vivo nos puede enseñar. 

Sí, podemos vivir la vida con frenos y monturas, con anteojeras que no nos dejen ver más allá del  camino que la domesticación nos quiere llevar, y volvernos seres triste, ansiosos, moribundos.

O…

¡Podemos recuperar nuestro ideal!
Nuestro anhelo de galopar…
bebiendo de la fuente de la vida que nos refleje en nuestra autenticidad,
desplegando las alas para volar,
hacia esas dimensiones de consenso donde…

la delicadeza surge del profundo deseo de no hacer daño.


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