domingo, 24 de noviembre de 2013

DORIS LESSING, UNA MUJER DE QUIEN TODAS DEBERÍAMOS APRENDER.




Por Inspiración Femenina
Esta semana falleció una de esas pocas figuras que pueden servirnos de referencia. Doris Lessing, escritora icónica que ha plasmado la vivencia de lo femenino, y espectadora de la evolución de la misma durante 94 años.
Nacida en Irán, criada en Rhodesia y residente en Londres, su amplia visión del mundo le permitió escaparse de ideologías, dogmatismos, clichés y visiones estereotipadas. Ella nunca se conformó con un solo punto de vista, y se atrevió a profundizar en las entrañas del ser humano a punta de palabras.
Es la suya, bajo nuestro punto de vista, una vida testimonial, pues hasta el último momento estuvo entregada a su ideal, y gracias a ello permitió abrir la visión y la concepción de muchos seres humanos, sobre todo, de muchas mujeres. Su libro “El Cuaderno Dorado” publicado en 1962 fue un icono de la literatura de mujeres. La novela es un crisol donde se funden las principales preocupaciones de Lessing: una exploración muy íntima de la mujer en la sociedad y su vida interior es lo que orienta la trama. Asimismo, contiene críticas feroces contra la guerra y el estalinismo. En palabras del editor de la escritora, Nicholas Pearson (de Harper Collins), El cuaderno dorado se convirtió en el “manual” para toda una generación de lectores y, especialmente, de lectoras. Constituyó un texto clave en las luchas de liberación femenina de los años 60 y se pasó de mano en mano como un tesoro.
Y decimos que es ella una mujer de quien todas debemos aprender, porque tuvo la habilidad, la inteligencia y la valentía de no quedarse atrapada en ninguna ortodoxia. Incluso cuando la han catalogado de ortodoxa feminista, ella se ha resistido a ello. No es fácil, en este mundo, ser una mujer de ideas, y que tus ideas no queden atrapadas en la pertenencia a un estamento.
Su marcha nos hace reflexionar sobre la huella que dejamos en la vida como mujeres. Creemos que es algo que hemos de repasar. Y no precisamente nos estamos refiriendo a una huella de fama, de glamour o de pertenencia, sino, muy por el contrario, a una huella de testimonio. ¿Cuál es la huella que dejan nuestras acciones, nuestros convencimientos, nuestras apuestas, nuestros atrevimientos?
No importa la edad que tengamos, pero es un buen momento para planteárnoslo. ¿Somos consecuentes, en nuestras vidas, con lo que pensamos? ¿Nos atrevemos a profundizar en nuestros proyectos hasta las últimas consecuencias? ¿Qué legado emocional estamos dejando a los otros, a las otras, a esas niñas y a esas adolescentes que vienen detrás de nosotras, a esas mujeres que aun no conocemos pero que serán anfitrionas de posteriores generaciones?
Quizá no son grandes obras literarias las que hagan nuestro legado, sino pequeñas acciones cotidianas. Pero ellas, cuando son decididas y convencidas, tienen tanto peso como la más gruesa de las novelas. Creemos, que cada acto veraz que hacemos, cada apuesta por cultivarnos en lo que somos, es como una de las miguitas de pan que Hansel y Grethel dejaban en el bosque. Cada una de esas pequeñas acciones es una señal, una pista para que otras mujeres encuentren su rumbo más fácilmente. Y muchas veces vendrá el viento y se las llevará volando, o los pájaros –del sistema- se encargarán de hacerlas desaparecer. No importa. Nosotras seguiremos dejando huella. Y no será la nuestra una huella como las de Atila, sobre la que no volvía a crecer la hierba, sino que será un manto de posibilidades fecundas, para que dentro de unas cuantas generaciones, ser mujer ya no sea un dilema, ni una carrera de obstáculos, sino uno de los más formidables  regalos de la existencia.
Sin duda, esta semana se ha escrito muchísimo sobre la vida de Doris Lessing, cosmopolita, intelectual, madre y soñadora, que ganó el premio nobel de literatura en 2007 y lo vivió casi más como un infierno que como un honor. Múltiples son las referencias a noticias que les podríamos ofrecer, pero de entre todas ellas, hemos elegido este artículo de El País, pues lo escribe alguien que mantuvo una relación cercana a ella.

Doris Lessing, la épica de lo femenino
La autora británica, Nobel de Literatura en 2007, fallece en Londres a los 94 años









Raúl Cancio (EL PAÍS)
Conocí a Doris Lessing hace unos 15 años, durante los cuales labramos una de esas amistades que me atrevo a calificar de profunda, en la cual las cartas fueron mucho más frecuentes que las conversaciones. La nuestra era, en un sentido literal, una amistad basada en la palabra escrita. Por carta, hemos discutido de política, de libros, de las mentiras de la historia y de la verdad de la literatura, de teatro y de cine, y de los lazos familiares de cada uno, de esa voluntad humana de crear obligaciones afectivas que Francis Bacon llamó “dar rehenes a la Fortuna”. Hemos criticado a editores, publicaciones, Gobiernos y hemos lamentado la suerte de los países que sentimos inexorablemente nuestros: en su caso, Rodesia. “Nunca nos vamos del todo del país que primero quisimos”, me escribe en una carta, respondiendo a mi cólera durante la crisis argentina de 2001. “Una parte de mí estará siempre en África”.
 Lessing, que falleció ayer en Londres a los 94 años, nació en Persia en 1919; a los cinco, se instaló con sus padres en Rodesia del Sur. Allí vivió un cuarto de siglo, hasta que, abandonando a su segundo marido, decidió emigrar a Inglaterra con su hijo menor. Su oposición al Gobierno minoritario blanco de Rodesia le valió el sello de “inmigración prohibida”: es decir, no se le autorizaba a volver a entrar en el país, y fue tan solo en 1982 que se le permitió volver a lo que ahora se llama Zimbabue. Cuatro veces visitó la tierra de su infancia y juventud, visitas que dieron lugar al libro de reportaje African Laughter.
Desde su juventud, Lessing se interesó por los problemas de la educación en Rodesia. ¿Cómo hacer para que los niños de esa región tan pobre tuviesen acceso al conocimiento del mundo? ¿Cómo hacer para que los fondos destinados a la educación resultaran en escuelas, y las escuelas en bibliotecas, y las bibliotecas en libros que todos pudiesen leer? ¿Cómo formar a maestros que enseñasen a los niños a oponerse a la corrupción iniciada por el tiránico Mugabe, dictador a vida del Zimbabue, a no adoptar las establecidas costumbres de robar y mentir y abusar del poder, no solo a nivel del Gobierno, sino a todos los niveles de la sociedad? ¿Cómo cambiar los modelos de poder injusto en las familias, en las aldeas, en las empresas, en todos los círculos sociales? Para Lessing, la solución (o un intento de solución) empieza siempre con el individuo. El individuo, como lo piensa Lessing (y como lo pensaba Aristóteles), desea esencialmente el bien: conocer el mundo, vivir en él con justicia, ampliar su mente y sus poderes intelectuales, compartir deberes y privilegios, ser lo más humano posible. Y ese deseo, según Lessing, aun en las sociedades más desunidas, más frágiles, junto a la necesidad de sobrevivir físicamente, de comer y beber dignamente, y de tener un techo y un refugio, se manifiesta concretamente en el deseo de leer.
De allí la conmovedora historia que da título a un corto texto de Lessing, aún inédito en castellano: Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior. Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas.
En casi todos sus libros, ese esperado reflejo es, para Lessing, la meta literaria. Un reconocimiento, la intuición de una memoria, una sensación de poseer de pronto, convertida a palabras, una experiencia ya sentida, íntima y secreta. Desde sus primeras ficciones autobiográficas, siguiendo con la saga de su heroína, Marta Quest (que, a través de El cuaderno dorado se convirtió en lectura esencial para el movimiento feminista de los años sesenta en adelante), pasando por los poderosos relatos que captan, en brutales instantáneas, la traumática vida de la segunda mitad del siglo<TH>XX en África y en Europa, hasta las extraordinarias invenciones de ciencia ficción que reveló en ella una capacidad de invención casi ilimitada, y acabando con recientes y audaces novelas sobre temas tan diversos como la violencia infantil, la sexualidad de la edad madura, el mito originario de la desigualdad de los sexos, y, finalmente, varios volúmenes de memorias y una biografía ficticia de sus propios padres, Lessing propuso a sus lectores preguntas fundamentales sobre cómo actuar con responsabilidad en el mundo. Ser lector es, para Lessing, una toma de poder, un acto revolucionario que nos permite acceder a la memoria del mundo, a ser ciudadanos en el sentido más profundo de la palabra. “Literatura e historia son ramas de la memoria humana”, escribe. “Nuestro deber es recordar, incluso lo que está por suceder”.
Al final de un conmovedor ensayo sobre la condición humana, Prisons we choose to live inside, Lessing imaginó a otro niño (en este caso, el casi mítico faraón Akenatón que hace casi 25 siglos quiso imponer una ética humanista en el imperio egipcio) que crece en una sociedad dictatorial e injusta, haciéndose esta pregunta: “¿Qué puede hacer una sola persona contra este terrible, pesado, poderoso y opresivo régimen, con sus sacerdotes y sus temibles dioses? ¿De qué vale siquiera probar?”. “Siquiera probar”, dice Lessing, no solo “vale la pena”, sino que es la condición esencial de nuestro existir. Vivimos probando, intentando alcanzar ese bien que ansiamos, mejorar este pobre y desahuciado mundo. Es decir: “Usando nuestras libertades individuales (y no quiero decir simplemente formando parte de manifestaciones, partidos políticos, y demás, que son solo parte del proceso democrático), examinando ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera estas pueden contribuir útilmente a nuestras vidas y a las sociedades en las que vivimos”. En este mundo insensato y violento en el que vivimos, las palabras de Doris Lessing son un aliento y una guía.

lunes, 18 de noviembre de 2013

A propósito del libro "Cásate y se sumisa"


Todos los días aparecen noticias en la prensa sobre la apertura y los intentos de cambiar el estatus de la mujer que hace el Papa Francisco, pero al mismo tiempo, algunos de sus príncipes, como el arzobispo de Granada, se desmarcan con actuaciones como la que nos describe el siguiente artículo:
En el libro que apoya –hasta el punto de editarlo en la editorial que preside-, nos dan consejos a las mujeres para que sigamos siendo inferiores, domésticas y esclavas…
Del artículo, que pueden leer en el link arriba citado, destacamos el final, en el que se describe el libro:
“El libro Cásate y sé sumisa está estructurado como cartas de la autora, la periodista italiana Constanza Miriano, a amigas y amigos, acompañadas de reflexiones —en tono distendido y a veces incluso humorístico— sobre su experiencia como esposa y madre, informa José Miguel Muñoz. Para Miriano, el éxito en el matrimonio pasa por la sumisión de la esposa al marido. “Tendrás que aprender a ser sumisa, como dice san Pablo”. Y lo explica: “Cuando san Pablo le dice a las mujeres que acepten estar debajo, no piensa ni mucho menos que sean inferiores”. “La sumisión de la que habla san Pablo es un regalo, libre como todo regalo, porque, si no, sería una imposición”.
El papel de la esposa está lejos de situarse en un plano de igualdad con el marido. “Si algo que él hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios”, porque “Dios te ha puesto al lado de tu marido, ese santo que te soporta a pesar de todo”, le dice a una amiga, a quien aconseja: “En caso de duda, sin embargo, obedece. Sométete con confianza”. Y en otro pasaje, le dice: “Es verdad, todavía no eres una cocinera experimentada ni un ama de casa perfecta. ¿Qué problema hay si te lo dice? Dile que tiene razón, que es verdad, que aprenderás. Al ver tu dulzura y tu humildad, tu esfuerzo por convertirte, también él se convertirá”.
Bonito, ¿verdad?
El papel que la Iglesia ha tenido en la domesticación de la mujer a lo largo de la historia ha sido tremendo, y con una justificación fuera de todo debate: ¡Dios lo quiere así!
Este libro más bien parece sacado de los consejos prematrimoniales que se publicaban en los años 50 o 60 en algunas parroquias, en los que se instaba a la mujer, además de ser sumisa, a aprender a planchar, a cocinar, a ser una buena criada, al fin y al cabo… ¡Pues así parece que seguimos!
Queríamos hacer un comentario más, éste con respecto a la obediencia, puesto que de ella hemos hablado en alguna ocasión. Nosotras hemos sugerido que la mujer, cuando está enamorada y las circunstancias de su relación hacen que tenga miedo del varón, debe obedecerle… como estrategia.
Es muy distinto obedecer como estrategia, mientras se forma, mientras se capacita para después poder exponer su punto de vista de manera clara. Y solamente hemos propuesto esta estrategia en el caso de que la mujer piense que realmente esa relación vale la pena. En el caso de que el miedo esté producido por algún tipo de maltrato, nuestra sugerencia, como ya saben, es huir, lo más lejos posible.
Ante este título del libro: cásate y se sumisa”, tenemos muchas objeciones, por supuesto, tantas que si tuviéramos que dar un lema, un consejo como hacen en él, éste sería: no te cases y fórmate, para no tener que ser sumisa a un hombre, porque la sumisión sólo es ante el Cielo.
El prelado descolocado


Un profundo malestar recorre numerosas parroquias granadinas. En particular, las del extrarradio. Hay sacerdotes que se quejan de las actitudes de un arzobispo que no les escucha; que dedica su atención a cuestiones lejanas que no afectan al feligrés de a pie; y que, en ocasiones, mantiene actitudes alejadas del buen ejemplo. El último episodio protagonizado esta semana por Francisco Javier Martínez, arzobispo de Granada desde hace 10 años, ha sido la publicación por la editorial que preside, Nuevo Inicio, de Cásate y sé sumisa, un libro escrito por Constanza Miriano en cuya contraportada se puede leer, en referencia a cuál debe ser la actitud de la mujer en el matrimonio: “Ahora es el momento de aprender la obediencia leal y generosa, la sumisión”.
Izquierda Unida pidió esta semana en Granada la actuación de la fiscalía para determinar si el libro hace apología de la violencia contra las mujeres. El secretario general del Partido Popular de Andalucía, José Luis Sanz, exigió al arzobispado una rectificación y calificó el libro de “auténtico despropósito”. Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de la Religión de la Universidad Carlos III de Madrid, sostiene que el libro demuestra cómo los sectores más conservadores de la Iglesia pretenden “relegar a las mujeres al papel de buenas madres y buenas esposas”.”
El arzobispo emitió el viernes un comunicado en el que calificó la polémica de “ridícula e hipócrita”. Rechazó que el libro promueva ningún tipo de violencia. “Sí que favorece y facilita la violencia a las mujeres, en cambio”, dijo en su mensaje, “la legislación que liberaliza el aborto”. Martínez recuerda que “la sumisión y la donación —el amor—” a los que alude el libro no tienen que ver “con las relaciones de poder que envenenan las relaciones entre hombre y mujer”. Se queja de cómo se tergiversan sus palabras.

Ya en diciembre de 2009, Martínez se vio envuelto en una polémica similar. En su homilía dominical en la catedral de Granada, dijo a sus feligreses en referencia al aborto: “Matar a un niño indefenso, y que lo haga su propia madre, da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar del cuerpo de la mujer, porque la tragedia se la traga ella”. Su intervención desató un debate encendido en la Red: unos le acusaban de justificar los malos tratos, mientras que la oficina de los Obispos del Sur alegaba que el arzobispo no se refería al abuso como sinónimo de maltrato, sino de comportamiento irresponsable en las relaciones sexuales.
El hombre en el centro de la tormenta es un sacerdote que cree en una Iglesia tradicional. Estuvo en el origen del asentamiento en España de Comunión y Liberación, movimiento eclesiástico conservador.
Se encuentra, doctrinalmente, en la órbita del presidente de la Conferencia Episcopal, Antonio María Rouco Varela. “Su formación teológica es más bien cuestionable por su integrismo conservador y su populismo”, sostiene el exsacerdote granadino José María Castillo. Una portavoz del arzobispado le describe como un hombre apasionado de san Efrén, santo del siglo IV; como un obispo cercano a su gente que trabaja por tender puentes con otras confesiones desde su puesto de presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales.
En Granada, ninguno de los ocho sacerdotes consultados para este reportaje se prestó a hacer declaraciones con nombres y apellidos. Un párroco granadino que ha compartido durante años sesiones del Consejo del Presbiterio con Martínez le describe como un hombre autoritario. “Tiene un complejo martirial. Es un hombre descolocado, muy fuera de lugar”.
La trayectoria de este prelado, nombrado obispo a la temprana edad de 37 años, incluye importantes momentos de tensión. En Granada fue denunciado por injurias por un canónigo, lo que le condujo a los banquillos de la justicia ordinaria. Pero, finalmente, en abril de 2008, la Audiencia Provincial le absolvió.
Sonado también fue el traslado forzoso al que sometió en 2007 a Gabriel Castillo, conocido como el cura de los senegaleses, párroco de la localidad de Albuñol que acogía a inmigrantes y al que reubicó en la parroquia de Cenes de la Vega, propiciando un levantamiento popular. O su ruptura con la facultad de Teología, descontento con los criterios que se seguían: retiró a los seminaristas que allí estudiaban para pasar a formarlos en el seminario de la diócesis que tiene bajo su control.
Fue en el año 2006 cuando 132 de los 280 curas de Granada presentaron ante el nuncio del Vaticano en España una carta en la que denunciaban los gastos excesivos de la diócesis. Según publicó el diario Público en 2010, Martínez pidió un préstamo de 19,5 millones de euros para construir el centro de magisterio La Inmaculada, notable obra arquitectónica enclavada en una barriada del norte de la ciudad. Los sacerdotes críticos con Martínez le acusan de endeudar a la diócesis para crear un centro que podría haber obtenido cobijo en alguno de los edificios vacíos que posee la Iglesia. Desde el arzobispado de Granada, una portavoz dice no tener datos económicos que facilitar sobre la supuesta deuda de la diócesis.
Su carácter, no obstante, también le llevó a enfrentarse, en su etapa como obispo de Córdoba (de 1996 a 2003), al poderoso presidente de Cajasur, Miguel Castillejo, afeándole la pensión millonaria que se autoconcedía desde la entidad financiera que presidía.
El libro Cásate y sé sumisa está estructurado como cartas de la autora, la periodista italiana Constanza Miriano, a amigas y amigos, acompañadas de reflexiones —en tono distendido y a veces incluso humorístico— sobre su experiencia como esposa y madre, informa José Miguel Muñoz. Para Miriano, el éxito en el matrimonio pasa por la sumisión de la esposa al marido. “Tendrás que aprender a ser sumisa, como dice san Pablo”. Y lo explica: “Cuando san Pablo le dice a las mujeres que acepten estar debajo, no piensa ni mucho menos que sean inferiores”. “La sumisión de la que habla san Pablo es un regalo, libre como todo regalo, porque, si no, sería una imposición”.
El papel de la esposa está lejos de situarse en un plano de igualdad con el marido. “Si algo que él hace no te parece bien, con quien tienes que vértelas es con Dios”, porque “Dios te ha puesto al lado de tu marido, ese santo que te soporta a pesar de todo”, le dice a una amiga, a quien aconseja: “En caso de duda, sin embargo, obedece. Sométete con confianza”. Y en otro pasaje, le dice: “Es verdad, todavía no eres una cocinera experimentada ni un ama de casa perfecta. ¿Qué problema hay si te lo dice? Dile que tiene razón, que es verdad, que aprenderás. Al ver tu dulzura y tu humildad, tu esfuerzo por convertirte, también él se convertirá”.
Publicado por Inspiración Femenina Tian

martes, 12 de noviembre de 2013

EL SILENCIO POLITICO EN INDIA

Por Inspiración Femenina
Hoy, una vez más india nos desgarra el corazón. Esta vez por el silencio de sus políticos. Un articulo del new York Times nos muestra cómo a pesar de todos los disturbios, manifestaciones, protestas y violencia ocurrida este año, los derechos y la situación de la mujer sigue siendo la gran ausencia en las campañas políticas. Ahora que en India los candidatos ya están presentando sus candidaturas de cara a las elecciones del 2014, el tema de la mujer sigue sin ser mencionado.
Desde el pasado agosto, se han registrado 1000 violaciones, el doble de las ocurridas el año pasado, y el acoso sexual ha aumentado cuatro veces en el último año. ¿Cómo es posible -nos preguntamos desde la Inspiración femenina-, que a pesar de que han salido miles de personas a las calles en protesta de esta situación, sigue siendo una ausencia en sus políticos?
Aquí os dejamos el artículo del New York Times, para aquellos que estéis interesados en el tema: 
November 11, 2013,

India’s Politicians Ignore Women Voters in Election Campaigns
Aijaz Rahi/Associated Press A woman waiting outside a polling station to cast her vote in Bangalore, Karnataka, on May 5.


On the eve of Diwali, I was walking around the inner circle of Connaught Place, a well-known shopping center in Delhi, with a journalist friend. The business arcade teemed with people. Suddenly loud, belligerent voices tore through the festive air. We stopped.
Two angry middle-aged women were seeking the help of a policeman and accusing two men hovering around them of making lewd remarks. “He called me a whore,” said one of them, pointing her fingers at one of the men. The accused man raised his hand to hit her.
A curious crowd gathered. The police officers, all men, did nothing to help the women. And then I saw one police officer pull at the clothes of one of those women and yell at her: “I will slap you!.”
We walked through the crowd to the police officer and identified ourselves as journalists. He seemed taken aback by our sudden arrival. It didn’t bother the two men who had been accused of sexual harassment. As we argued with the police officer about his failure to act, the crowd gradually dispersed and the women walked away. Two men who had happily joined the original harassers muttered about “women’s power” crossing all limits these days.
The incident evokes the everyday violence that defines the lives of women in Indian cities. According to data compiled by the Delhi Police, over 1,000 rape cases have been reported in the capital this year through mid-August, more than double than what was reported in the same period last year, while molestation has gone up by nearly four times during the same period.
But despite the routine gender violence, India’s political leaders are conspicuously silent on the subject of violence against women as they gear up for the national elections in 2014. Last December, the gang rape and subsequent death of a 23-year-old student in Delhi had spontaneously drawn thousands out on the streets of the Indian capital — women and men, young and old. The visibility of last year’s protests against sexual violence were expected to affect political attitudes in India, but as Indian politicians campaign feverishly, they have once again successfully tuned out the question of women’s rights.
The political class has always studiously ignored women’s concerns, even when it has to do with an important subject like safety in public spaces. Yet one would expect a different electoral imagination for the 2014 elections because of their extraordinary backdrop. A combination of street protests and detailed coverage by the Indian media have pushed two topics to the top of the public discourse: corruption and gender violence.
The governing Congress Party finds its credibility in tatters because of a succession of scandals, which began with the revelations of corruption in the organization of the Commonwealth Games in 2010, followed by allegations of graft in the allocation of wireless spectrum to telephone companies and accusations that the government underpriced coal blocks awarded to private companies. The scams generated reams of news and scalded the Congress Party and the United Progressive Alliance, the governing coalition it leads.
As the news reports of corruption within the Congress Party-led government continued, India seethed with anger. The spontaneous anticorruption movement led by the Gandhian activist Anna Hazare in 2011 changed the political conversation in India. The recent formation of the Aam Admi Party, led by Arvind Kejriwal, a former civil servant who was the most influential aide of Mr. Hazare’s before they parted ways, has introduced the possibilities of an alternative politics in India as the new party is making its electoral debut in Delhi’s local government elections later in the month.
The anticorruption upsurge has been a success in that the politicians and governments facing charges of corruption are now finding it increasingly difficult to evade the law. Recently, Lalu Prasad, the former chief minister of Bihar, was convicted of siphoning funds and was sentenced to five years in prison.
But despite the mass protests last December, gender and women’s issues remain absent from the daily discussions of politics. The rhetoric of machismo underpinning the ongoing election campaigns might offer an explanation for this silence.
Deepak Sharma/Associated Press Rahul Gandhi, center, vice-president of the Congress party, interacting with people during an election rally in Baran, Rajasthan, on Sept. 17.

The protagonists of India’s two national parties — Rahul Gandhi of the Congress Party, the heir of the Nehru-Gandhi dynasty, and Narendra Modi of the Bharatiya Janata Party, the chief minister of Gujarat — are squaring up against each other. The theatrical speeches delivered by Mr. Modi and Mr. Gandhi are laced with an overdose of machismo. Their failure to mention, let alone dwell on women’s security, throws into sharp relief the masculinity on which Indian mainstream politics rests. This manifests itself in both speakers’ body language, their gesticulating hands, wild swaggers and frequent rolling up of sleeves.
Customarily, Mr. Modi is associated with macho theatrics and political chutzpah. He is known to articulate a rugged political power that has aided him in steamrolling dissent within his own party and critics outside it. Mr. Modi likes to stare his opponents down and fling cutting remarks at them. His relentless advocacy of putting Pakistan in its place at every provocation that comes India’s way further enhances this masculine image.
Mr. Gandhi was seen as the reluctant torchbearer of the battered Congress Party and no match for Mr. Modi’s display of masculine valor. Mr. Gandhi came across as diffident and low-key, and was written off by Indian political pundits for his lack of oratorical skillls and aggression. The constant lament about Mr. Gandhi’s subdued campaign has of late nudged him into embracing the aggressive finger-wagging, rostrum thumping of his male competitors and colleagues.
The reluctance or indifference of Indian politicians to speak about the violence against women illustrates the misogyny that binds India’ political class. India’s politicians irrespective of political and ideological affiliations casually pepper their speech with sexist remarks.
Not so long ago, Mr. Modi, had “joked” that the Congress Party president, Sonia Gandhi, who is also Mr. Gandhi’s mother, does not know “how to run a kitchen.” He also threw barbs at Shashi Tharoor, a federal minister, for having a “50 crore [500 million] rupee girlfriend,” referring to Mr. Tharoor’s wife, Sunanda Pushkar, who was once accused of gaining a lucrative stake in a cricket team while she was dating Mr. Tharoor.  Mr. Modi had claimed that Ms. Pushkar had 50 crore rupees [500 million] deposited in her bank account a month before she married Mr. Tharoor and seemed to signal that Mr. Tharoor used his official position to get her the lucrative cricket deal. In support of Mr. Modi, the B.J.P.’s spokesman, Mukhtar Abbas Naqvi, said, “For an international love guru like Tharoor, a ministry of love affairs should be created.”
On the other side of the divide, Sriprakash Jaiswal of the Congress Party, the coal minister, commented that “wives lose charm over time” as they become old. His colleague in government, Sushilkumar Shinde, the home affairs minister, casually dismissed Jaya Bachchan, an actor who is a member of the upper house of the Indian Parliament, when she intervened in a parliamentary discussion on sectarian violence in the northeastern state of Assam in 2012. “It is a serious matter and not the subject of a film,” Mr. Shinde told Ms. Bachchan.
It is precisely this attitude that has prevented the passage of the Women’s Reservation Bill, which gives women a 33 percent quota in the Indian Parliament and state assemblies — for over a decade. Indian politicians fundamentally believe in the mythical idea of “vote banks” – specific sections of the population that will garner electoral votes – and pander to what they perceive to be their interests. Unfortunately, women are not considered a “vote bank” and are therefore free to be abused both physically and through words.
Monobina Gupta is the national editor of editorial pages at the Daily News and Analysis newspaper in New Delhi.