domingo, 24 de noviembre de 2013

DORIS LESSING, UNA MUJER DE QUIEN TODAS DEBERÍAMOS APRENDER.




Por Inspiración Femenina
Esta semana falleció una de esas pocas figuras que pueden servirnos de referencia. Doris Lessing, escritora icónica que ha plasmado la vivencia de lo femenino, y espectadora de la evolución de la misma durante 94 años.
Nacida en Irán, criada en Rhodesia y residente en Londres, su amplia visión del mundo le permitió escaparse de ideologías, dogmatismos, clichés y visiones estereotipadas. Ella nunca se conformó con un solo punto de vista, y se atrevió a profundizar en las entrañas del ser humano a punta de palabras.
Es la suya, bajo nuestro punto de vista, una vida testimonial, pues hasta el último momento estuvo entregada a su ideal, y gracias a ello permitió abrir la visión y la concepción de muchos seres humanos, sobre todo, de muchas mujeres. Su libro “El Cuaderno Dorado” publicado en 1962 fue un icono de la literatura de mujeres. La novela es un crisol donde se funden las principales preocupaciones de Lessing: una exploración muy íntima de la mujer en la sociedad y su vida interior es lo que orienta la trama. Asimismo, contiene críticas feroces contra la guerra y el estalinismo. En palabras del editor de la escritora, Nicholas Pearson (de Harper Collins), El cuaderno dorado se convirtió en el “manual” para toda una generación de lectores y, especialmente, de lectoras. Constituyó un texto clave en las luchas de liberación femenina de los años 60 y se pasó de mano en mano como un tesoro.
Y decimos que es ella una mujer de quien todas debemos aprender, porque tuvo la habilidad, la inteligencia y la valentía de no quedarse atrapada en ninguna ortodoxia. Incluso cuando la han catalogado de ortodoxa feminista, ella se ha resistido a ello. No es fácil, en este mundo, ser una mujer de ideas, y que tus ideas no queden atrapadas en la pertenencia a un estamento.
Su marcha nos hace reflexionar sobre la huella que dejamos en la vida como mujeres. Creemos que es algo que hemos de repasar. Y no precisamente nos estamos refiriendo a una huella de fama, de glamour o de pertenencia, sino, muy por el contrario, a una huella de testimonio. ¿Cuál es la huella que dejan nuestras acciones, nuestros convencimientos, nuestras apuestas, nuestros atrevimientos?
No importa la edad que tengamos, pero es un buen momento para planteárnoslo. ¿Somos consecuentes, en nuestras vidas, con lo que pensamos? ¿Nos atrevemos a profundizar en nuestros proyectos hasta las últimas consecuencias? ¿Qué legado emocional estamos dejando a los otros, a las otras, a esas niñas y a esas adolescentes que vienen detrás de nosotras, a esas mujeres que aun no conocemos pero que serán anfitrionas de posteriores generaciones?
Quizá no son grandes obras literarias las que hagan nuestro legado, sino pequeñas acciones cotidianas. Pero ellas, cuando son decididas y convencidas, tienen tanto peso como la más gruesa de las novelas. Creemos, que cada acto veraz que hacemos, cada apuesta por cultivarnos en lo que somos, es como una de las miguitas de pan que Hansel y Grethel dejaban en el bosque. Cada una de esas pequeñas acciones es una señal, una pista para que otras mujeres encuentren su rumbo más fácilmente. Y muchas veces vendrá el viento y se las llevará volando, o los pájaros –del sistema- se encargarán de hacerlas desaparecer. No importa. Nosotras seguiremos dejando huella. Y no será la nuestra una huella como las de Atila, sobre la que no volvía a crecer la hierba, sino que será un manto de posibilidades fecundas, para que dentro de unas cuantas generaciones, ser mujer ya no sea un dilema, ni una carrera de obstáculos, sino uno de los más formidables  regalos de la existencia.
Sin duda, esta semana se ha escrito muchísimo sobre la vida de Doris Lessing, cosmopolita, intelectual, madre y soñadora, que ganó el premio nobel de literatura en 2007 y lo vivió casi más como un infierno que como un honor. Múltiples son las referencias a noticias que les podríamos ofrecer, pero de entre todas ellas, hemos elegido este artículo de El País, pues lo escribe alguien que mantuvo una relación cercana a ella.

Doris Lessing, la épica de lo femenino
La autora británica, Nobel de Literatura en 2007, fallece en Londres a los 94 años









Raúl Cancio (EL PAÍS)
Conocí a Doris Lessing hace unos 15 años, durante los cuales labramos una de esas amistades que me atrevo a calificar de profunda, en la cual las cartas fueron mucho más frecuentes que las conversaciones. La nuestra era, en un sentido literal, una amistad basada en la palabra escrita. Por carta, hemos discutido de política, de libros, de las mentiras de la historia y de la verdad de la literatura, de teatro y de cine, y de los lazos familiares de cada uno, de esa voluntad humana de crear obligaciones afectivas que Francis Bacon llamó “dar rehenes a la Fortuna”. Hemos criticado a editores, publicaciones, Gobiernos y hemos lamentado la suerte de los países que sentimos inexorablemente nuestros: en su caso, Rodesia. “Nunca nos vamos del todo del país que primero quisimos”, me escribe en una carta, respondiendo a mi cólera durante la crisis argentina de 2001. “Una parte de mí estará siempre en África”.
 Lessing, que falleció ayer en Londres a los 94 años, nació en Persia en 1919; a los cinco, se instaló con sus padres en Rodesia del Sur. Allí vivió un cuarto de siglo, hasta que, abandonando a su segundo marido, decidió emigrar a Inglaterra con su hijo menor. Su oposición al Gobierno minoritario blanco de Rodesia le valió el sello de “inmigración prohibida”: es decir, no se le autorizaba a volver a entrar en el país, y fue tan solo en 1982 que se le permitió volver a lo que ahora se llama Zimbabue. Cuatro veces visitó la tierra de su infancia y juventud, visitas que dieron lugar al libro de reportaje African Laughter.
Desde su juventud, Lessing se interesó por los problemas de la educación en Rodesia. ¿Cómo hacer para que los niños de esa región tan pobre tuviesen acceso al conocimiento del mundo? ¿Cómo hacer para que los fondos destinados a la educación resultaran en escuelas, y las escuelas en bibliotecas, y las bibliotecas en libros que todos pudiesen leer? ¿Cómo formar a maestros que enseñasen a los niños a oponerse a la corrupción iniciada por el tiránico Mugabe, dictador a vida del Zimbabue, a no adoptar las establecidas costumbres de robar y mentir y abusar del poder, no solo a nivel del Gobierno, sino a todos los niveles de la sociedad? ¿Cómo cambiar los modelos de poder injusto en las familias, en las aldeas, en las empresas, en todos los círculos sociales? Para Lessing, la solución (o un intento de solución) empieza siempre con el individuo. El individuo, como lo piensa Lessing (y como lo pensaba Aristóteles), desea esencialmente el bien: conocer el mundo, vivir en él con justicia, ampliar su mente y sus poderes intelectuales, compartir deberes y privilegios, ser lo más humano posible. Y ese deseo, según Lessing, aun en las sociedades más desunidas, más frágiles, junto a la necesidad de sobrevivir físicamente, de comer y beber dignamente, y de tener un techo y un refugio, se manifiesta concretamente en el deseo de leer.
De allí la conmovedora historia que da título a un corto texto de Lessing, aún inédito en castellano: Por qué un niño negro de Zimbabue robó un manual de física superior. Un niño roba un libro que no puede leer “para tener un libro que es mío”. Dos son los impulsos que lo llevan a esta acción. Primero, poseer el objeto, que durante el tiempo de espera es mágico, como un talismán con inmensos poderes; luego, aprender a servirse de él. Para el niño de la exigua escuela de Rodesia, con sus maestros pobremente instruidos y sus anaqueles casi vacíos, los libros que satisfarán su deseo son las obras universales de nuestras literaturas, esas que pueden ser universalmente leídas. En literatura no todo espejo nos refleja. Lessing quiere que el niño de este relato pueda decir, al recorrer el libro elegido, escrito quizás hace siglos por alguien de otra cultura: “Mi abuela me contaba una versión de esa misma historia”. Que es una forma de decir: “Ese relato es también mío”. Cuando le fue otorgado, por fin, el Premio Nobel, recordó esa anécdota y dijo que le gustaba pensar que sus ficciones no eran sino versiones particulares de otras, contadas en otras lenguas y quizás más antiguas.
En casi todos sus libros, ese esperado reflejo es, para Lessing, la meta literaria. Un reconocimiento, la intuición de una memoria, una sensación de poseer de pronto, convertida a palabras, una experiencia ya sentida, íntima y secreta. Desde sus primeras ficciones autobiográficas, siguiendo con la saga de su heroína, Marta Quest (que, a través de El cuaderno dorado se convirtió en lectura esencial para el movimiento feminista de los años sesenta en adelante), pasando por los poderosos relatos que captan, en brutales instantáneas, la traumática vida de la segunda mitad del siglo<TH>XX en África y en Europa, hasta las extraordinarias invenciones de ciencia ficción que reveló en ella una capacidad de invención casi ilimitada, y acabando con recientes y audaces novelas sobre temas tan diversos como la violencia infantil, la sexualidad de la edad madura, el mito originario de la desigualdad de los sexos, y, finalmente, varios volúmenes de memorias y una biografía ficticia de sus propios padres, Lessing propuso a sus lectores preguntas fundamentales sobre cómo actuar con responsabilidad en el mundo. Ser lector es, para Lessing, una toma de poder, un acto revolucionario que nos permite acceder a la memoria del mundo, a ser ciudadanos en el sentido más profundo de la palabra. “Literatura e historia son ramas de la memoria humana”, escribe. “Nuestro deber es recordar, incluso lo que está por suceder”.
Al final de un conmovedor ensayo sobre la condición humana, Prisons we choose to live inside, Lessing imaginó a otro niño (en este caso, el casi mítico faraón Akenatón que hace casi 25 siglos quiso imponer una ética humanista en el imperio egipcio) que crece en una sociedad dictatorial e injusta, haciéndose esta pregunta: “¿Qué puede hacer una sola persona contra este terrible, pesado, poderoso y opresivo régimen, con sus sacerdotes y sus temibles dioses? ¿De qué vale siquiera probar?”. “Siquiera probar”, dice Lessing, no solo “vale la pena”, sino que es la condición esencial de nuestro existir. Vivimos probando, intentando alcanzar ese bien que ansiamos, mejorar este pobre y desahuciado mundo. Es decir: “Usando nuestras libertades individuales (y no quiero decir simplemente formando parte de manifestaciones, partidos políticos, y demás, que son solo parte del proceso democrático), examinando ideas, vengan de donde vengan, para ver de qué manera estas pueden contribuir útilmente a nuestras vidas y a las sociedades en las que vivimos”. En este mundo insensato y violento en el que vivimos, las palabras de Doris Lessing son un aliento y una guía.

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