martes, 27 de mayo de 2014

ANTIGUAS TRADICIONES. ACTUALES REALIDADES




Cuando Bermet salió de su casa por la mañana, camino de la universidad, nada le hizo sospechar que por la noche sería ya una mujer casada. Al terminar las clases unos jóvenes la asaltaron, la tomaron por la fuerza en mitad de la calle y la metieron dentro de un coche. Ella forcejeó durante las casi tres horas que duró el trayecto en automóvil, rodeada por desconocidos. “Luego, dejé de luchar porque pensé que me quedaría sin fuerzas”, cuenta hoy en casa de su suegra, con el pañuelo blanco de recién casada sobre la cabeza y embarazada de cuatro meses. Aquella tarde la trasladaron hasta esta misma casa, en un pueblacho a varios cientos de kilómetros de Bishkek, la capital deKirguizistán. De madrugada contrajo matrimonio con uno de los jóvenes que la había raptado. Hoy, su marido.
Las bodas por secuestro son una retorcida práctica que, con falsos tintes de antigua tradición, condena a una de cada tres mujeres del país a contraer matrimonio por la fuerza. Jóvenes esposas obligadas a casarse súbitamente y por sorpresa con un hombre, a menudo un desconocido y habitualmente de forma violenta.
“Lo más duro fue explicárselo al que entonces era mi novio, el hombre al que amaba. Él simplemente no pudo hacer nada”, dice a solas Bermet, de 19 años. Majabat, de 18 años, también forcejeó y trató de zafarse de sus captores pero no tuvo tanta suerte y en uno de esos tiras y afloja fue estrangulada. El joven que la raptó se suicidó unas semanas más tarde. La tía de Majabat narra cómo ambas familias, la de la víctima y la del secuestrador, han acordado que con la muerte del muchacho la familia ya tiene suficiente castigo. Por tanto, no irán a los tribunales.
A pesar de que hace años que la legislación de esta república castiga y persigue las bodas por secuestro, apenas ha habido condenas contra los raptores. De hecho, tan solo se ha sentenciado a dos en los últimos 20 años.

La primera vez que intentó llevársela fue el 27 de agosto de 2012, los parientes de ella lograron rescatarla. Esa misma tarde él volvió a intentar secuestrarla sin éxito. Durante semanas, él la amenazó mediante mensajes de móvil para que no delatase la agresión sexual, que por vergüenza ella tampoco contó a sus padres. Esperó hasta el 9 de septiembre de 2012 para volver a raptar a la joven. Esta vez sí, la retuvo en una cabaña durante varios días, gracias a la colaboración de su familia, y volvió a violarla. Esta suele ser una forma de justificar el matrimonio argumentando que ya ha sido consumado, a la fuerza. Los padres de ella lograron que el 11 de septiembre de 2012, a medianoche, un operativo de la policía local atrapara al agresor y dejase libre a la chica.La condena más reciente en el país se produjo hacia finales de octubre de 2013. Un hombre de 30 años que había violado dos veces y había intentado secuestrar hasta en tres ocasiones a la misma chica, una joven de 17 años, en la región de Bakai-Ata.
Munara Beknazarova, directora de la fundación Open Line, que ha estado siguiendo el caso afirma que el largo proceso judicial y su rocambolesco desarrollo da cuenta de la tremenda aceptación social que tiene esta práctica. Durante el proceso, la juez –“sí, una mujer”, aclara– llegó a preguntar al acusado: “¿Estaría dispuesto a reconciliarse con la víctima y casarse?”. O peor, a la víctima se le preguntó durante el juicio: “Te ofrecen una buena familia, una buena suegra, un marido guapo, ¿por qué haces esto? ¿Por qué necesitas seguir este proceso?”. Finalmente el agresor fue condenado a cinco años de cárcel. Solo se cargó contra él el delito de secuestro. Los médicos forenses nunca pudieron probar la agresión sexual.
El primer hombre encarcelado por secuestrar a una chica en la historia del país fue Shaimbek Imanakunov, de 34 años. Ocurrió en octubre de 2012. Fue condenado a seis años de cárcel por el secuestro de la joven Kisimbai Yris, de 20. Ella, una vez secuestrada y casada, logró ser rescatada por sus padres, volvió a su hogar materno y allí se suicidó. “Deseo elegir libremente a mi compañero y si me quedo al lado de este hombre, mi vida nunca tendrá sentido”, dejó escrito.

Aparentemente, la república de Kirguizistán es la vanguardia de la modernidad y la democracia parlamentaria en Asia Central. Tanto, que en 2010, una mujer, Rosa Otunbáeva, se convirtió en la primera presidenta de una exrepública soviética islámica como esta. Sin embargo, desde que cayó la URSS, los raptos de novias han aumentado considerablemente. “Al parecer, tras la independencia de la Unión Soviética en 1991, aumentaron los secuestros en el país como una forma de reafirmación cultural, como símbolo de identidad nacional”, explica Russell Kleinbach, profesor emérito de la Universidad de Filadelfia.Aunque estas dos condenas dan un poco de aire a las activistas, los suicidios entre jóvenes cada vez son más habituales en el país. Un lugar en el que aunque se estima que entre 8.000 y 15.000 mujeres contraen matrimonio a la fuerza cada año, tan solo 10 casos fueron denunciados y llegaron a los tribunales el año pasado, en 2013. Un país, en el que sin embargo, se celebraron en las cortes más de 600 juicios por robo de ganado. Un código penal que castiga más severamente a los ladrones de ovejas que a los de mujeres: el artículo 165 impone hasta 11 años de cárcel a aquellos que hurten ganado, pero que tan sólo condena con tres o seis años de prisión los que hayan secuestrado o intentado secuestrar a una mujer con el fin de contraer matrimonio.
Kleinbach ha dedicado los últimos 15 años de su vida a recorrer todas las aldeas del país, puerta por puerta, y conducir suficientes encuestas y trabajos de campo hasta convertirse en uno de los mayores expertos del mundo sobre este asunto. De hecho, gracias al esfuerzo investigador de este sociólogo norteamericano existen hoy algunas de esas cifras y estadísticas que dan cuenta sobre la incidencia real de estas bodas forzosas. “Aún más de 10 años después sigo conociendo casos terribles y sufriendo por mis propias alumnas”, cuenta Kleinbach, que también da clases en la Universidad Norteamericana de Bishkek, donde algunas de sus doctorandas e investigadoras han sido secuestradas.

La doctora Orunbaeva trabaja estrechamente con el clero islámico y con policías y militares. Los primeros condenan fervientemente esta práctica que se aleja de la bondad coránica y colaboran mucho y bien con ella. El segundo colectivo, el de los de uniforme, es bastante más díscolo: A pesar de los esfuerzos de activistas, ONG y el propio gobierno, la mayoría de los secuestros cuentan con el habitual beneplácito o la vista gorda de la policía local. Y los militares son un colectivo bastante prolijo en practicarlo ellos mismos. “Muchos jóvenes raptan a una chica y la obligan a contraer matrimonio antes de marcharse a hacer el servicio militar, así cuando regresen ya se han asegurado tener una esposa en casa esperándoles”, relata la doctora.La doctora Turganbubu Orunbaeva, que colabora con Kleinbach , fundó en el año 2000 la organización Bakubat –que significa “confort”, en lengua kirguís–. Desde una pequeña oficina aneja a su consulta ginecológica trata de dar apoyo a mujeres y sobre todo combatir la aceptación social que tiene el secuestro. También imparte talleres a adolescentes sobre relaciones de pareja, salud sexual y donde explican desde la menstruación hasta el orgasmo.
Los secuestros de novias no tienen encaje en el Islam ni en la tradición nómada. Sólo en tiempos de pastoreo cuando dos jóvenes se amaban y el novio no podía pagar la dote a la familia de la chica, los dos enamorados convenían en organizar un secuestro por amor. El método se llamaba Ala-Kachuu, que literalmente significa: “Cógela y corre”.
La boda de Mariam y Solo sí se hizo de esa manera, fue en la primavera de 2011. Pero es una rareza. Solo no quería secuestrar a Mariam, él es un joven muy religioso y estaba convencido de que casarse así no es de buen musulmán. Pero fueron pasando los años de noviazgo y él no conseguía ahorrar suficiente dinero como para pagar la boda. Su suegro se dedica a la construcción, tiene varias empresas y exige una boda por todo lo alto y una buena dote. Un buen día ella se lo propone a su novio: “Ya estoy harta de esperar, secuéstrame esta semana y nos casamos”.
Durante toda la boda, Solo no bebe más que zumos de frutas, mientras sus amigotes se emborrachan primero a champán y luego a vodka, en uno de los mejores restaurantes de Bishkek. Las nupcias las ha pagado su suegro. La cara de los padres de él es de resignación, de vergüenza. A ella su suegra le regala unos pendientes, sencillos y humildes: una reliquia familiar. A él, su suegro, les entrega la propiedad de una casa.
Kuban Kurmanbecovich tiene 32 años y es nómada. Pasa el año pastoreando ovejas arriba y abajo en las montañas. Algunos meses con la única compañía de su mujer y sus hijos, en una yurta a 4.000 metros. El resto del año vive en una aldea con otras tres familias. A pesar de que lo único que conecta a Kuban con el resto del mundo es una enorme antena parabólica, que le costó el sueldo de un mes, y sus hijos se encargaron de romper a pedradas hace poco mientras jugaban, él lo tiene muy claro: “Eso de las bodas por rapto ni es una tradición ni es nada, es de malas personas”.
Tiene una hija, Adelina, de apenas tres años que quiere que estudie y marche a Europa, a París. “Nunca permitiré que secuestren a mi hija”, sentencia. Kuban conoció a su mujer, Elnura, en una discoteca cuando estudiaban en la universidad. Pese a ser cabrero, obtuvo el título de ingeniero agrónomo en tiempos de la URSS. Y ella, se licenció en Económicas. Él se enamoró, sedujo a la que hoy es su mujer y se casó por amor.
En tiempos de la URSS, el amor era motivo de propaganda. Se hacían campañas que fomentaban “bodas por amor” y si eran interétnicas (rusos eslavos con kiguises, por ejemplo), se premiaba a la pareja con un buen apartamento o un coche.
“¿Sabes? El amor es algo complicado en este país”, me dice Gulnisa, una joven de 26 años que es aquí profesora de inglés, de ruso y además tiene nociones de francés.
Es el día de los enamorados y la mayoría de las alumnas y alumnos adolescentes de la escuela de idiomas donde trabaja Gulnisa en el centro de Bishkek, andan muy revueltos y risueños. Los pasillos han sido decorados con corazones y otros motivos bastante horteras con la excusa de San Valentín. Se ve a algún mozo kirguís desfilar con un ramo de flores en las calles de al lado, revestidas en tremendas carcasas de hielo, del frío de los días anteriores.
Al ser preguntada por este asunto, por el amor, Gulnisa no titubea, se señala contundente el anillo de su dedo anular, la alianza de bodas, y sentencia: “Mi marido me secuestró”.
Gulnisa estudió traducción e interpretación de lenguas modernas en la universidad pero dejó la carrera a medio terminar por su inminente boda. Mientras era universitaria aprovechaba las vacaciones de verano para trabajar como guía de viaje. Junto a un muchacho de su edad, que hacía de chófer, paseaban en furgoneta a turistas holandeses, alemanes, americanos y franceses por las montañas y valles de Kirguizistán. Juntos pernoctaban con ellos en yurtas y se mondaban con las caras que ponían al probar el avinagrado y tradicional licor de leche de yegua. “Nos reíamos mucho, era un trabajo divertido”, cuenta.
Un día su compañero de trabajo le confesó que estaba enamorado de ella y le pidió matrimonio. “Era un chaval simpático, pero nada más”, relata. Gulnisa pronunció entonces esa sentencia, extendida por todo el planeta, para romper corazones con cierta cortesía: “Es mejor que seamos amigos”. Aunque escoció, el muchacho parece que entendió lo que le tocaba y siguieron con normalidad. Unas semanas más tarde, como era habitual, él le propuso acercarla desde su casa hasta la universidad en coche.
Gulnisa pronto se percató de que el trayecto era otro. Acababan de secuestrarla. Sin violencia, pero sí mediante engaños, el muchacho la llevó hasta su hogar familiar, donde esperaban la madre, la tía y la abuela del joven. La mayoría de los secuestros son exitosos porque cuentan con la colaboración necesaria de la familia del secuestrador. Así se reproducen capítulos de violencia entre mujeres.
Encerrada en el hogar de su amigo y pretendiente, despojada del teléfono móvil, no tenía escapatoria. Además una vez que pasase esa noche en casa del joven, su honor siempre sería puesto en entredicho. El padre del Gulnisa era un viejo agente de Policía retirado. “Pero es que mi padre también secuestró a mi madre y hemos sido una familia feliz, ¿qué iba a hacer yo?”, relata Gulnisa. Aceptó casarse.
Hoy es madre de un niño de dos años por el que se desvive. Pero reconoce la envidia que siente de una amiga suya que acaba de regresar de Alemania y terminó la carrera. “Yo quería ser traductora”, dice con resignación.
- ¿Amas a tu marido? ¿Le quieres?
- “Es un hombre bueno. Me cae bien”, acierta a contestar Gulnisa.
“Un viejo refrán kirguís dice que todo buen matrimonio debe comenzar con lágrimas y aun hoy no dejan de repetirlo mujer tras mujer: debemos desterrarlo”, afirma contundente la doctora Turganbubu.
La ginecóloga habla como un huracán mientras despacha con brío a las pacientes que a veces entran literalmente de dos en dos en su consulta, se hacen exploraciones, revisiones y sobre todo muchas ecografías, como si fuese un bazar, a un ritmo loco.
Desde la ventana de su precario consultorio local en Naryn unas montañas oscuras, moles de piedra antigua, ásperas y desnudas enladrillan el horizonte. Hay lugares en los que parece se termina el mundo. Este es uno de ellos. Pese a que el mapa confirma que al otro lado de esas montañas quedan otros 10.000 kilómetros de tierra para aburrirse gastando suela. Los lugareños explican que al otro lado sólo queda el desierto chino, el Taklamakán y la cordillera del Pamir. La nada.
Los de Naryn lo saben, viven en un margen. Casi todas las carreteras mueren aquí. Es uno de los lugares más remotos del país y desde este bastión la doctora Turganbubu lanzó su ofensiva de llevar al parlamento nacional el debate sobre los secuestros de mujeres.
Lo intentó en 2005, mientras gobernaba Askar Akayev, pero la revuelta de los Tulipanes que lo derrocó y puso como presidente al déspota Bakiev interrumpió el proceso. La doctora consiguió finalmente visitar la cámara legislativa junto a otras activistas el 13 de marzo de 2009, pero la transcripción de aquella propuesta quedó en entre los papeles que la revolución popular del 7 de abril de 2010 se llevó por delante. Aquel año, cientos de ciudadanos tomaron el parlamento y echaron a Bakiev. Al menos, se redactó una nueva constitución y llegó una mujer al gobierno. Aquel nuevo ejecutivo duró tan solo un año.
Para la doctora este convulso ambiente político de Kirguizistán, en el que unos se usurpan el poder a otros mediante golpes, amotinamientos y revueltas populares, solo es reflejo de lo que ocurre en los hogares: “La violencia doméstica nunca es una prioridad para los gobiernos, pero mientras no hay felicidad, ni confort, ni en las parejas ni en las familias, es imposible que lo haya en el país”.
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En Occidente todo esto puede parecernos muy lejano. Y lo es. Pero todo invita, o nos debería invitar siempre, a una reflexión. En el primer mundo secuestros de esta índole nos resultan impensables, pero pensemos ahora en la cantidad de "secuestros" de costumbres, modas, corrientes, que sufrimos las mujeres; a la hora de tomar una decisión, a la hora de elegir pareja, cuando pensamos en nuestros posibles proyectos... Hay un sin fín de "Pepitos Grillos" que nos van marcando nuestro comportamiento y no seguirlos, ir contra corriente, no es algo por lo que las mujeres de cualquier época no hayan tenido que pagar un precio alto.
En otros tiempos el salirse de la norma, las mujeres lo sufrían en la vida cotidiana de una manera explícita, ¡y cuántas cosas no se tuvieron que escuchar! Hoy en día, todo es mucho más sutil, pero la sociedad sigue teniendo sus mecanismo para hacer sentir a una mujer que "está fuera de onda". Tal vez,  porque las mujeres nos damos cuenta de ello, adoptamos -quizás más que nunca- los modelos impuestos, tanto en la apariencia física, como en el comportamiento sexual, en la manera de vestir etc, y lamentablemente nuestras adolescentes son una buena muestra de ello.
Seguimos "secuestradas"  por un pensamiento de arquitectura masculina que nos sigue teniendo en la torre del castillo de la domesticación y ni siquiera ya vienen los trovadores a cantarnos.
¡No hay mejor manera de quitarse los grilletes que saber que los tenemos!

Publicado por Inspiración Femenina Tian




domingo, 25 de mayo de 2014

LAS MUJERES COMO ARMAS DE GUERRA


Por Inspiración Femenina


A lo largo de la historia, y probablemente desde los orígenes del patriarcado, la violencia hacia la mujer ha sido utilizada como arma de guerra, con la intención de castigarlas, humillarlas y deshumanizarlas, pero sobre todo, con la intención de reprimir, destruir y humillar por todos los medios posibles el grupo al que pertenecen.
Desde las invasiones de los bárbaros en Europa –donde las tribus robaban a las mujeres de los pueblos enemigos, las preñaban o las usaban como esclavas-, las guerras helénicas, hasta los últimos conflictos armados, esta violencia ha sido durante mucho tiempo asimilada a un signo de dominación más que a una herramienta de destrucción.
La violación de mujeres por parte de hombres del bando contrario muy a menudo debe analizarse no como el efecto de un deseo masculino “incontrolable”, sino como parte de una estrategia de conflicto, de combate, en la que las mujeres representan biológica y simbólicamente la integridad de la etnia o de la nación a combatir. Esta violencia nos lleva a pensar en las violencias exacerbadas contra las mujeres en las guerras étnicas, en las grandes invasiones, o hasta el último secuestro de más de doscientas niñas en Nigeria.
Una vez más, en medio de una confrontación de varones, el cuerpo femenino es utilizado como moneda de cambio y como campo de batalla, convirtiéndolas, una vez más…. -como viene ocurriendo desde hace varios milenios- en botín de guerra para sembrar el terror en las comunidades, imponer control militar, para obligar a la gente a huir de sus hogares y apropiarse de su territorio, vengarse de los adversarios, para, en definitiva, acumular “trofeos de guerra”.

Es, sin duda, un medio de humillación muy patriarcal, muy de machos, ya que es una manera para alardear ante los hombres de la parte contraria y para demostrarles que no han sido capaces de proteger a sus mujeres. Es, en alguna medida, un mensaje de castración y mutilación al enemigo.
Así lo indica el Informe de 1998 de la Relatora Especial sobre la Violencia Contra la Mujer, Radhika Coomaraswamy, que también afirma que la violencia sexual es utilizada como forma de castigo en las mujeres que supuestamente tienen algún tipo de relación afectiva con miembros del bando contrario o que se presume colaboran con el “enemigo”. En este sentido, se usa como una forma de advertencia a las demás mujeres de la comunidad. O sea, que esta violencia no es solo utilizada hacia las mujeres del bando contrario, sino que puede incluso ser aplicada con las del propio.
La violación, el secuestro de las mujeres de una comunidad ha sido siempre una manera de desmoralizar al otro, ultrajando su propiedad. En este sentido, la violencia sexual implica el ejercicio del poder sobre las mujeres, pero en el fondo significa el ejercicio del poder sobre los hombres: es una manera de recordarles que las mujeres son parte del botín.
Y, fíjense, el hecho de que culturalmente los hombres no sean considerados propiedad de las mujeres hace que la violación no opere a la inversa, es decir, no se ejerce violencia sexual contra los hombres para castigar a las mujeres. Por tanto, la violencia sexual busca quebrantar emocionalmente a los hombres y poner en entredicho el modelo hegemónico de masculinidad en la comunidad en la que viven.

Y es que, realmente, atacando a las mujeres atacan a toda la comunidad, porque las mujeres se consideran conservadoras del tejido social. Cuando se desplazan con sus familias a causa de la violación o por el temor de ser violadas, estos tejidos se rompen y, por lo tanto, se deshacen los movimientos sociales que ellas han construido durante años.

Pero realmente, la utilización de la mujer como arma de guerra va mucho más allá de las violaciones o los secuestros ocurridos en los conflictos armados. Las mujeres también somos utilizadas como arma de guerra en nuestros sistemas democráticos, aparentemente estables, seguros, coherentes… La vida en los países capitalistas es cada vez más parecida a una guerra: la guerra por ser el mejor, por tener más, por llegar a, por hundir a… Y en esas guerras hay una serie de momentos donde las batallas se incrementan de forma explosiva: las campañas electorales. Sí, podríamos decir que las campañas electorales son las guerras declaradas y consentidas de las sociedades demócratas. Y como en toda batalla, la mujer es un botín.
Lo hemos visto en los últimos días aquí en España, ante la campaña para las elecciones europeas. El machismo del partido de derechas se ha hecho latente en su candidato, cuando en un desliz de una entrevista en televisión, se le escapó la superioridad intelectual de los hombres ante las mujeres. Pero la izquierda no iba a desaprovechar la carnaza, y el acontecimiento ha sido llevado a las portadas de los periódicos. La resultante, es que hemos visto a los dos partidos preponderantes del país, la izquierda y al derecha –aunque ya sabemos que hablar en estos términos hoy en día es casi una entelequia- luchando encarnizadamente, todos con la palabra mujer en la boca, con la igualdad como lema entre los dientes, y con el feminismo como pistola que escupía balas envenenadas de un lado a otro. Y las victimas de tal batalla… ¿quién creen ustedes que serán?
Lo mismo ocurría hace poco en las elecciones afganas: las mujeres utilizadas, no solo como botín de guerra, sino como posible voto elector y carta de presentación ante los países occidentales.
Hay muchas clases diferentes de armas de guerra, desde las más burdas a las más sofisticadas. Del mismo modo las mujeres son empleadas como armas: desde la violencia sexual para humillar al enemigo, hasta la adulación como estrategia comercial.
Y en cuanto a  nosotras ¿qué hacer?  Ser conscientes de que nos usan como gatillo, y sacudirnos de una vez las rémoras de pólvora de nuestras faldas. Nuestros cuerpos son labrantíos de vida, no cementerios ni campos de batalla. No hemos sido diseñadas para la muerte, y mucho menos para la matanza.
Dejemos que las batallas de hombres sean lidiadas por ellos, y no caigamos en el efímero placer del protagonismo que nos halaga. No queremos medallas, ni estrellas, ni condecoraciones de honor al valor concedido. No forman parte de nuestra historia ni de nuestra esencia.
Dejemos que los esqueletos se deshagan por si mismos. No hace falta empujarlos.

sábado, 17 de mayo de 2014

CUARENTA LITROS DE VIDA.


Nos conmovió esta noticia. Con la ligereza que abrimos el grifo en nuestros países de "agua potable" y temperatura "al gusto". Con la poca consciencia que la desperdiciamos. Con el poco agradecimiento que tenemos por disponer de ella…
Vivimos en el mismo planeta, pero a decir verdad, pareciera que vivimos en galaxias diferentes. Mientras para unos abrir el grifo es un acto automático, para otros el tener agua es el "esfuerzo diario" y en él, a veces, se les puede ir la vida.
Y una vez más… las mujeres están unidas al trabajo extremo, a la lucha por la supervivencia. Mientras los hombres de sus países luchan y combaten. Estados de consciencia diferentes, ¡sin duda!
Qué menos que por las mañanas, cuando  abramos el grifo de nuestras duchas, simplemente demos ¡gracias!

ANA PALACIOS Etiopía 

El agua también tiene género. Mejorar el acceso beneficia sobre todo a las mujeres. Sucede en Etiopía.



Sarah, de 14 años, vive en Divaguya, un pueblecito en la Gumuz Region, al este de Etiopía. Camina durante una hora, dos veces al día, hasta llegar a esta fuente. Rellena su garrafa de veinte litros y la ata a su espalda... 

Las cifras, como las gotas, una a una, van cayendo y conformando un río. En este caso el de la pobreza: un total de 783 millones de seres humanos viven sin agua limpia, 2.500 millones carecen de adecuadas condiciones de saneamiento.... Cifras escalofriantes que nos recordaba hace unas semanas el presidente de la Asamblea General de la ONU, John W. Ashe. "Erradicar la pobreza extrema es nuestra prioridad absoluta, y nuestra guía es el desarrollo sostenible. El acceso universal al agua potable, saneamiento y energía serán críticos en este aspecto”. Y es conocido también que ellas, las mujeres, se llevan la peor parte. Aunque ya se respiran los cambios...
Hace unos días volví de África. Después de casi dos meses fuera, tenía la nevera vacía, así que bajé al supermercado a comprar básicos. Me llevé un paquete de seis cajas de leche, un par de tetrabriks de zumo, otro de caldo preparado y una botella de refresco de dos litros. Total 11 litros. Algunas verduras, pasta y queso. Calculé unos 13 kilos de peso, dividido en dos bolsas y debía andar tres manzanas de vuelta al piso. Chin, chan. Tuve que parar tres veces a cambiarme las bolsas de mano. Me desequilibraba a cada paso y llegué sudando a casa. Menos mal que eran solo tres bloques, pensé, unos diez minutos caminando. Esta anécdota de mujer blandengue me hizo reflexionar.
Pensé en las niñas y mujeres que había conocido durante estas semanas en Etiopía. Esas niñas que caminan una media de dos horas al día para llevar agua desde las fuentes hasta sus hogares. Llenan sus dos garrafas amarillas de 20 litros cada una, hasta la última gota, las cuelgan de una rama que apoyan como pueden sobre sus hombros y regresan con ellas, en general, en la cabeza. Esa imagen tan africana. Marchan sin parar, con paso firme y alerta. Con los cinco sentidos puestos en su ruta, muchas veces empinada y sin asfaltar. Atentas a las hienas, que a tantas mujeres han devorado ya en esos senderos, y sin perder de vista a los hombres que se cruzan, deseando tener suerte para que no las asalten, ni las rapten, ni las violen. Llegar sanas y salvas a casa cada día es una aventura sin garantías. Todo por el agua. Cuarenta litros.
Según las estadísticas elaboradas por el Ethiopian Development Research Institute en el último censo sobre población y recursos en Etiopía (2007), la cobertura de agua potable en zonas rurales es del 66% y del 95% en zonas urbanas. El 27% de la población obtiene el agua directamente de los lagos, ríos y estanques y un 28% lo obtiene de pozos o manantiales no protegidos. Esto se traduce en que una gran parte de la población –mujeres en su mayoría– tiene que desplazarse a buscar agua fuera de sus hogares con los consiguientes problemas que se desprenden de esta molesta actividad.

Cuarenta litros de agua que servirán para atender las necesidades hídricas de toda la familia. Las mujeres planifican cuidadosamente el consumo distribuyéndolo proporcionalmente para cocinar, para beber, para lavar ropa, para lavarse ellas y a sus niños, para regar el huerto, para los animales, etc. Según el informe Evaluación de género de los proyectos de Agua en Etiopía, de Intermon Oxfam, la participación de ellas en la producción de alimentos es fundamental. Emplean entre un 60% y un 80% de su tiempo de trabajo en actividades agrícolas. Esto significa que la seguridad alimentaria de las zonas rurales depende principalmente del trabajo de las mujeres. Mientras los hombres, en general, se dedican a la producción de cultivos comerciales, son ellas las que atienden la producción para la subsistencia familiar. Cultivan verduras y mantienen el ganado para alimentar a sus familias o vender en los mercados locales. Por tanto, el uso de esos 40 litros de agua es doble: el doméstico y para fines productivos.
Si leemos entre las líneas de estos datos tan fríos podemos desmadejar el ovillo en asuntos prácticos del día a día. Por ejemplo, si las mujeres emplean unas dos horas en ir a por agua, en ese tiempo no pueden hacer otras cosas como trabajar para generar ingresos o estudiar para acceder a puestos de trabajo de mayor responsabilidad, potenciando así la autoestima y el reconocimiento. Además, si recorren largas distancias y cargan durante horas con ese peso se desencadenan problemas de salud como dolores de espalda –aplastamiento de vertebras, desviación de columna, etc.– que pueden, incluso, tener consecuencias negativas al dar a luz, dificultando el momento del parto.
Etiopía es una sociedad patriarcal que relega a las mujeres a un segundo plano justificándose en la tradición y en la religión. Sin embargo, con el esfuerzo para conseguir los Objetivos de Desarrollo del Milenio algunas cosas están empezando a cambiar.

El Gobierno del país es consciente de estos serios problemas y, uno de los ocho objetivos que se enmarcan en el primer programa de Desarrollo de la Mujer Etíope (WDPI), es mejorar la situación para mujeres y niñas sensibilizando sobre asuntos medioambientales, facilitando el acceso de agua potable aumentando el número de surtidores para que ninguna persona tenga que andar mas de 30 minutos para conseguir agua. Del 2005 al 2010, el porcentaje de acceso al agua potable en zonas rurales creció del 25% al 66%. Además, aunque las mujeres desempeñan un papel importante en el uso y distribución de agua a nivel doméstico, también ha sido reconocida su función en los programas de desarrollo teniéndolas en cuenta en la toma de decisiones y gestión de estos recursos hídricos.
Ya en 1995, con la firma de la Constitución de Etiopía, se aseguraba la igualdad de género y desde entonces se han promulgado distintas leyes que deberían garantizar esta igualdad. El desafío, sin embargo, es conseguir que se cumplan. Una de estas leyes, promulgada en 2003, es precisamente el acceso de las mujeres a la propiedad privada de tierras, por ejemplo. Esto hace que las mujeres estén todavía más interesadas en las infraestructuras de agua, que irrigarán esas potenciales tierras en propiedad.
Hasta hace pocos años, ellas eran solamente usuarios pasivos, excluidas del proceso de toma de decisiones y de las actividades remuneradas o de formación relacionadas con el agua. Con el diseño de estos programas de desarrollo potenciado por la cooperación internacional se han tomado medidas especiales para incluir a las mujeres en estas estructuras, como los comités de agua y saneamiento para asegurar que están activamente involucradas.
Hoy se garantiza que haya el mismo número de hombres que de mujeres representados en estas juntas, en las que se deciden temas tan importantes como la ubicación de los surtidores, tecnologías utilizadas, materiales, distribución de tareas y estrategias en caso de sequía o cortes de suministro. Incluso, en muchos casos, se nombra a mujeres como presidentas o tesoreras de estas comisiones.
Estas medidas contribuyen no solo a conseguir la igualdad de género, sino que, al mejorar el acceso al agua de las comunidades, se potencia la salud, la educación y la producción agrícola para el consumo propio e incluso para la exportación. Éxitos que acercan a Etiopía a alcanzar los soñados retos del milenio antes del 2015 en la lucha contra el hambre, promover la igualdad entre los sexos y a la disminución de la mortalidad infantil.
"El objetivo de los proyectos de agua no es la construcción de una presa o instalar una bomba. Deben funcionar, ser utilizados, y quizás lo más importante, deben ser parte de un proceso más general de cambio social", aseguró un día Jan Lundqvist (Departamento de Agua y Estudios Ambientales de la Universidad de Linkoping, Suecia). Que así sea.
Publicado por Inspiración Femenina Tian.


jueves, 8 de mayo de 2014

UNA NUEVA PROFESIÓN… “ABRAZAR”

Por: Lola Bahr


Se llama Snuggle Buddies, y es una web intermediaria entre mujeres y hombres que prestan sus servicios, o sea “abrazar”, a quién le interese o necesite.
Decimos también necesite, porque el abrazo se considera beneficioso para la salud; es anti-estrés, anti depresivo, aumenta la relajación, contribuye disminuir el riesgo de problemas cardíacos y mejor las habilidades sociales.
Y esta compañía se basa en estos beneficios para proveer un servicio de profesionales de abrazos que suavizan la mente, el cuerpo y el alma.


Personalmente acabo de encontrarme con la noticia y me ha dejado estupefacta; a la vez me vienen muchas preguntas sobre lo que puede estar ocurriendo para tener que recurrir a pagar porque te den un abrazo.
¿Qué es esto? ¿Qué nos está pasando como humanidad? ¿Qué estilo de vida estamos llevando que no somos capaces de dar o recibir un abrazo de personas del entorno? ¿Tan solas están algunas personas?
Estas personas que pagan por un abrazo ¿no son capaces de abrazar a alguien, o pedirle a una amiga o amigo, que les de un abrazo?

Realmente me deja una sensación de tristeza y en contraposición ganas de abrazar a todos.

Hemos pensado que podía ser una noticia interesante, pues es en los afectos donde lo femenino más se expresa, se atrapa, se encadena, se libera…
Cada vez se sabe más de la importancia de los afectos, de su expresión, su vivencia, el análisis de estos, como desarrollarlos para que sean saludables, etc…

Por otro lado, cada vez hay más personas que no quieren compartir sus afectos; se aíslan y solo quieren estar solas.
Es evidente, por lo que vemos en las noticias, por lo que vemos en el entorno y por lo que vivimos personalmente cada uno en su hábitat más inmediato, que la convivencia se hace cada vez más difícil; por ello el individualismo se está instaurando como lo más “normal” hoy en día. Cada vez vemos más restaurantes con mesas individuales, cada vez hay más personas sin pareja y sin intención de conocer a nadie, en definitiva cada vez hay más personas solas.
No es que sea obligatorio estar con alguien como pareja, pero creo que el llegar a un punto, como humanidad, en que tenemos que pagar por que nos den un abrazo es empezar a rozar el fracaso convivencial de esta humanidad.
Hay evidencias de que ya podríamos decir que somos un fracaso en la convivencia, pero la esperanza se tiene, y algunos –todavía- apostamos por convivir, por compartir, por tomar un café con amigas, por salir a dar un paseo con otras personas… apostamos por poder abrazar sin tener que pagar.
Y no pretendemos ir en contra con la noticia, simplemente nos parece un tema preocupante en lo que respecta a la salud de la humanidad.
Una humanidad que quizás ha llegado a un punto de miedo, desconfianza, rencor y un largo etcétera de sentires, que la llevan cada vez más a un callejón sin salida, y en caso de que quieran salir, tiene que pagar por ello.
Se podría pensar que después de esto vendrán las profesiones de los sonrientes, y algunos prefieran pagar por una sonrisa, porque no son capaces ni siquiera de tener una. Iremos todos caminando con caras de zombi –en algunas ciudades es ya muy así-, y tendremos que pagarle a alguien para que nos sonría.
¿Es esto el tipo de Humanidad en Femenino que nos imaginamos?