domingo, 5 de octubre de 2014

CUANDO EL TRABAJO DEJE DE SER UN CAMPO DE BATALLA


Por Inspiración Femenina


El pasado jueves 2 de octubre, la presidenta del Circulo de Empresarios, Monica Oriol, pronunciaba unas palabras que han conmocionado los medios de comunicación en los últimos días, cuando abiertamente dijo que prefería contratar a mujeres de menos de 25 años o de más de 45, para evitar el ‘problema’ de cuando se quedan embarazadas.
Nadie ha quedado indiferente ante estas declaraciones de esta mujer madre de seis hijos, que en la cúspide de la dirección empresarial, ha dado muestras del lo honda que puede llegar a ser la mella masculina en las mujeres que acceden a estas posiciones.
Aquí les dejamos los enlaces sobre la noticia. Uno es un articulo de el periódico español El País, y el otro es un post del blog Mujeres, del mismo diario español:

La noticia nos ha entristecido, pero sinceramente…, no nos ha sorprendido tanto, pues nos da muestras de una triste realidad –mucho más profunda y enraizada de lo que creemos- que muchas veces pasa desapercibida por el discurso pro-mujer políticamente correcto que tan en boga está en los medios: la realidad de que el mundo laboral de nuestras sociedades está basado en un modelo masculinista de productividad y rendimiento, que requiere a  personalidades masculinas (ya sean hombres o mujeres) para lograr sus objetivos, y que las mujeres que se incorporan a él, y sobre todo aquellas que acceden a puestos directivos, lo hacen desde posiciones muy masculinas. De otro modo, muy probablemente no hubieran sido aceptadas en semejante casta androcéntrica.
Desgraciadamente, muchos empresarios (infinitamente más de los que están dispuestos a admitirlo) no contratan mujeres porque ellas se embarazan y eso significa largas licencias por maternidad, o porque menstrúan y eso implica desde permisos hasta falta de rendimiento durante esos días ‘femeninos’, como suelen llamarse. Sin embargo, ellos no son tan ‘bocones’ como Mónica Oriol, y consiguen no tener a la prensa encima.
Una investigación realizado por la OIT (Organización Internacional del Trabajo), titulada Genero, Formación y Trabajo mostraba que: “A pesar de la presencia de las mujeres en la empresa, todavía se espera del trabajador que tenga ciertas cualidades de las consideradas tradicionalmente ‘masculinas’: que él (o ella) anteponga a todo su carrera profesional; que centre su vida en el trabajo; que esté en condiciones de dedicar al trabajo largas jornadas para adaptarse al rápido ritmo de producción que requiere el mercado mundializado; que pueda ajustar su vida familiar a las exigencias del trabajo, cuando este lo demande; y que, en fin, no esté coartado por unas obligaciones familiares que reclamen su dedicación a ella. (…) Por consiguiente, a pesar de haber incorporado a las mujeres en la fuerza del trabajo, la empresa sigue buscando al hombre en su modelo de división del trabajo entre ‘hombre proveedor de ingresos-mujer forjadora de familia”.
Obviamente, el mundo laboral de nuestras sociedades requiere de lo que tradicionalmente se entiende por hombres dispuestos a entregarlo todo por su empresa. Y esto sucede, como expresa nítidamente Sergio Sinay en su libro La Masculinidad Toxica, en un contexto “que no considera jamás al trabajo como un espacio de enriquecimiento humano y vincular, como un escenario en el que se manifiestan las ricas singularidades de las personas, como un camino de servicio al otro, a los demás seres, al planeta. Un contexto en el cual el trabajo está vaciado de espiritualidad y trascendencia. El trabajo está, bajo el paradigma masculino tóxico, en función excluyente de los negocios. Quien dice negocios en el vocabulario de ese paradigma, habla de rentabilidad, de lucro, de utilidades y se postra reverencialmente ante esas palabras.
(…)Los negocios son una forma sofisticada, aunque igualmente impiadosa, de la guerra. Las empresas, en la sociedad que componemos, se organizan como los ejércitos, vertical y jerárquicamente. Tienen reglamentos tan rígidos y autoritarios como aquellos. Los organigramas de un ejército y de una corporación son intercambiables. En ambos, además, se usan uniformes (…) En el lenguaje de los negocios pululan palabras traídas de los campos bélicos: estrategias, campañas, targets (blancos), objetivos, conquista, líder, grupos de tareas, espionaje, munición gruesa, atacar problemas, pasar a la ofensiva, capturar. Para entrenar a ejecutivos se usan juegos de guerra y manuales de combate…”
Efectivamente los negocios, como esa guerra impiadosa, requieren de guerreros intrépidos, dispuestos a dejar su vida por la patria. En ese terreno, las mujeres no somos muy válidas, pues aún estamos demasiado enamoradas de la vida que se gesta en nuestras entrañas. Y para hacernos soldados que engrosan las filas de la guerra, no nos queda más remedio que convertirnos en machos.
Y eso es lo que hemos visto en esta noticia: A una mujer convertida en macho, dirigiendo a un ejército de soldados empresarios para ‘ganar’ la guerra. Porque ‘Ganar… Ganar más’ se ha convertido en el único objetivo de esa batalla. El lucro ha constituido un fin en si mismo, y cuando el dinero, el poder o el lucro se constituyen en fines por si mismos, justifican todos los medios.  
Necesitamos mujeres que impregnen de feminidad el mundo de la empresa, mujeres que no huelan a testosterona, y que se atrevan a aplicar nuevas visiones de la economía. De poco le sirve a nuestra especie que aumente el número directivas, si éstas se comportan como gallos de pelea. Necesitamos mujeres que permitan a las mujeres incorporarse al mundo laborar como mujeres, que abran opciones femeninas como los horarios flexibles o las guarderías. Necesitamos mujeres dispuestas a inventar, que apuesten por la calidad, en vez de por la cantidad, y que se atrevan a desarrollar otro estilo de liderazgo.

Loden, autora de la obra Dirección femenina: cómo triunfar en los negocios sin actuar como un hombre, sostiene que frente al estilo de dirección “masculino” caracterizado por la competitividad, la autoridad jerárquica, el control y la resolución analítica de problemas, las mujeres prefieren un estilo alternativo denominado “femenino”, definido por la cooperación, la colaboración con los subordinados, el bajo control y la resolución de problemas sustentada en la intuición, empatía y racionalidad.
Esas son las mujeres que han de servirnos de referencia…, y que están, pero que no salen en la prensa. Esas son las mujeres que cambiaran poco a poco el paradigma que nos ahoga y que nos amenaza como especie.
Ellas, y cada una de nosotras que se atreva a abandonar los modos masculinos que hemos incorporado en nuestro lenguaje, en nuestro comportamiento, en nuestra forma de amar y de relacionarnos. Ellas, y cada una de nosotras que se atreva a quitarse la armadura y a caminar desnuda por un campo en el que ya no se sembraran muertes, sino frutos fértiles.

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