Por Inspiración Femenina
En ese momento especial de nuestra vida en el que aparece el
enamoramiento, en el que todo brilla más, todo es más bonito y hasta el sol
calienta de otra manera; cuando nuestra consciencia cambia y empezamos a ver la
virtud (todos son más buenos, las faltas son disculpables…); cuando nuestro
cuerpo se siente ¡bien!, o mejor, exultante; cuando nos sentimos en plenitud y
parece que nos va a estallar el corazón de gozo… En ese momento creemos que nos
hemos enamorado de ‘él’ –o de ‘ella’, según el caso-, y queremos que esto que
sentimos perviva para siempre. ¡Es tan maravilloso!, ¿cómo vamos a estar
dispuestas –o dispuestos- a que se acabe?
Decía una canción: “El
amor es un niño que cuando nace, que cuando nace, con poquito que coma se
satisface; pero creciendo… pero creciendo, cuanto más le vas dando, más va
pidiendo, más va pidiendo”… Pues eso, en el instante del enamoramiento no
queremos nada más que sentirlo, pero cuando va pasando el tiempo, lo que
queremos es que ¡permanezca!, es demasiado bueno, y no queremos, bajo ningún
concepto, dejarlo marchar. Ahí empieza un periplo de conquista, de
atrapamiento, incluso de chantaje afectivo si es necesario, de posesión; todo
avalado por las costumbres de la sociedad. A nadie le extrañan los celos, por
ejemplo, pareciera que son un signo de amor –craso error, por cierto, son un
signo de desconfianza propia y ajena-.
Poco a poco se va fraguando una dependencia afectiva, porque
ese estado de enamoramiento es como una droga, nos ha hecho sentir ¡tan bien!,
que nos hemos vuelto adictos. Los neurotransmisores que se han liberado en
nuestro cerebro son incontrolables, ¡y queremos más!
Si finalmente esa aventura amorosa fracasa, nuestro
sentimiento de frustración, de pena, de desesperación incluso, es enorme. Las
personas entran en depresión, con frecuencia tienen que tomar ansiolíticos y
antidepresivos. Eso lo vemos todos los días en las consultas, no es una
especulación. Y no importa la edad, no importa el nivel intelectual, el nivel
económico… ante una debacle afectiva, todos –sobre todo las mujeres- se vienen
abajo.
Y queremos hacer una reflexión al propósito: Creemos que una
de las causas de que esto suceda –aparte de la ausencia de educación emocional
que todos tenemos- es que, al aparecer ese enamoramiento, estamos convencidos
de que nos hemos enamorado de ‘una persona’, y que es esa persona la que nos
produce todas estas sensaciones. ¡NO!, lo que nos produce todas estas
sensaciones es ¡EL AMOR!, no una persona en concreto. Ese ser ha sido el
vehículo para que nosotros despertemos al amor, pero ¡no es el amor! El
vehículo ha servido para facilitarnos, pero no hay que confundir al mensajero
con el mensaje. Lo cual no significa que lo descartemos, por supuesto, es una
manifestación del amor y puede que se quede con nosotras para siempre, pero
puede que no… en este caso, tenemos que recordar que con su alejamiento sólo se
aleja el vehículo, pero está en nuestras manos que se quede con nosotras, ya
para siempre, el amor.
Si fuéramos conscientes de esto, si nos diéramos cuenta de
que de lo que realmente nos hemos enamorado es del amor, nos haríamos
dependientes del amor y no de una persona en concreto. Pueden pensar que es
algo parecido, pero no, en absoluto, porque el amor podemos encontrarlo en
todas partes, en el trabajo, en la familia, con los amigos, en solitario con un
paseo o contemplando algo bello… ¡hay tantas manifestaciones del amor!, que,
cuando hemos despertado a él y somos capaces de verlo, nunca nos va a faltar.
Despertar a la belleza como expresión amorosa, a la ternura,
al compartir solidario, ¡a la contemplación de la vida!, y un largo etc., va a
surtir de neurotransmisores amorosos a nuestro cerebro, que nos van a mantener
permanentemente en ese magnifico estado de enamoramiento… ¡DEL AMOR!
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