Por Inspiración Femenina
Desde que el pasado 7 de enero de 2015 la capital
francesa fue testigo de los asesinatos en la revista Charlie Hebdo y en un
establecimiento de comida kosher, nuestra mente ha tratado de buscar una
respuesta, un porqué, un origen, una opinión un poco más profunda que el
estallido del odio y de la incomprensión. Mientras, los titulares se han
llenado de opiniones, las calles de protestas, las pantallas televisivas de
imágenes casi amarillistas y las camisetas de slogans de “Yo soy Charlie Hebdo”.
En todos ellos escucho la misma palabra una y otra
vez, repetida casi de forma mántrica; la misma palabra que va perdiendo sentido
cuanto más se pronuncia, la misma palabra que se me escurre entre las manos
cuanto más trato de entenderla; la palabra “Libertad”. Esa palabra que me
envuelve, que me hace subir y bajar, que me estremece y me hace naufragar en
medio del océano. Un océano en donde unas libertades chocan con otras, como
olas enfurecidas; donde la libertad de expresión se hace incompatible con la
libertad de religión; donde las libertades de unos se utilizan para hacer daño
a otros, y las libertades de otros se usan para vengarse… Un océano en donde
las libertades…, finalmente, me ahogan, en vez de hacerme flotar.
Y en este punto, tras unas cuantas aguadillas, es cuando me pregunto si no será tiempo de que
reflexionemos a propósito de la libertad sobre la que hemos construido los
cimientos de nuestras civilizadas vidas.
¿De qué estamos hablando cuando hablamos de
libertad? ¿De una mujer con un pecho fuera y un brazo en alto?, ¿de la
posibilidad de “hacer lo que nos dé la gana”? , ¿de la ventura de tener
múltiples opciones que elegir?, ¿de la libertad de poder decir aquello que
pensamos?, ¿de la libertad de creer en lo que sentimos?, ¿de la libertad de ser
como queremos ser?
Un momento…. ¿quién goza de esa libertad, después
de una media de 30 años sometido a propaganda, publicidad, opinión publica y
presión económica?
No nos engañemos. El concepto de libertad sobre el
que navegamos, ha empezado a naufragar.
A poco que analicemos, los llamados países del bien
estar, gozamos de una libertad basada en la esclavitud. Las libertades de
aquellos que pueden elegir en un mundo de opciones, existen gracias a que hay
otro mundo que no las tiene, y que ha
sido sometido a la explotación por los países llamados “libres”. Así es y así
ha sido desde los comienzos de la colonización.
Esa es la libertad que conocemos: la que se ha
construido en un mundo masculino de guerra y de violencia: “Mi libertad, tu
esclavitud”. Y no podemos fantasear pensando que una libertad gestada en un
mundo de guerra, pueda tener en su base el respeto, el afecto y la promoción
del otro.
Desde el desarrollo del femenino de la especie,
abogamos por una libertad basada en el respeto, en donde las libertades de unos
no se utilicen para agredir a otros, en donde la libertad no sea nunca un
dardo, sino una flor abierta y e indefensa.
Buscamos…, esperanzadamente…, coordenadas de libertad.
Hagamos del respeto el norte de nuestras brújulas,
y de nuestras vidas, el mapa que tracemos.
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