No
podemos dejar de preguntarnos por qué vivimos hoy en día en una sociedad tan
“estable”. A pesar de los grandes escándalos políticos, financieros, a pesar de
ver como la carcoma ha devorado cualquier ápice de honorabilidad, la vida del
ciudadano común transcurre en una “idiocia” increíble.
Todo
parece una sesión de fuegos artificiales: un acontecimiento ocupa las primeras
páginas de los periódicos, pareciera que sólo ocurre eso en el planeta y, en
pocos días, la noticia se desvanece… ya nadie habla de ello.
La vida
del contribuyente transcurre en una mediocre monotonía en la que el sobresalto
de una noticia no altera para nada su “status quo” ; como mucho, será motivo de
conversación en la cena del sábado con los amigos. Nada para las largas
caravanas de fines de semana, puentes, vacaciones estivales etc.
A pesar
de las grandes diferencias económicas entre los distintos estamentos sociales,
pensar en la actualidad en una revolución,
es impensable. Tampoco creemos que sea el camino, pero cuanto menos, debemos
reflexionar sobre ello.
Si
miramos a los siglos pasados, vemos como existía un amo y un esclavo, desde
Roma, pasando por la Edad Media con sus señores feudales, hasta llegar a la era
industrial, en donde los propietarios de las fabricas explotaban de forma
brutal a los trabajadores. Y en cada época hubo sus rebeliones. Había un
oponente, alguien que oprimía, el enemigo era visible.
Pero
con la habilidad de un camaleón, el sistema dominante ha cambiado. Ya no se
requiere de un ciudadano obediente al sistema, sino de un ciudadano
“dependiente”, de las coordenadas que –siempre bajo el mito de la libertad- se
le han otorgado: la superación, el logro, la ambición personal. Ya no
necesitamos al amo con el látigo, nosotros mismos somos el trabajador que se
explota a sí mismo. Y lo que es más grave, todo ello lleva una dosis de placer
al pensar en la consecución de nuestros logros.
No
somos conscientes del nivel de sometimiento que tenemos. Hoy en día no luchamos
contra nadie, que no sea contra nosotros mismos, en ese afán de eterna
superación. Y esto es algo que afecta de una manera enorme a nuestra salud:
Empleamos la violencia contra nosotros mismos, en lugar de pretender lograr
algún cambio social. Mayor exigencia, menor intolerancia al fracaso… Esa lucha
histórica contra el poder establecido ha dado paso a la autoagresión, y la
resultante es un conglomerado de personas extenuadas, abatidas, depresivas y,
por supuesto, incomunicadas.
Y las
mujeres estamos ahí… con el espejismo de la revolución femenina que nos otorgó
una libertad, fundamentalmente sexual –que era lo que interesaba- y con el saco
a cuestas de las autoexigencias sociales actuales, que constituyen los
grilletes invisibles del siglo XXI.
Decir
¡alerta! es poco. Creemos y sentimos, que la vida de toda mujer requiere de una
profunda autoreflexión en la que desdeñemos el miedo ancestral a no ser como el
resto y sentirnos rechazadas.
Por Inspiración Femenina Tian.
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