En la
época preindustrial el núcleo familiar era la unidad más común de organización
social. Sin embargo, la familia moderna ha variado con respecto a su forma más
tradicional, en cuanto a funciones, composición, ciclo de vida y rol de los
padres.
A
partir de la revolución Industrial, con la incorporación de nuevas tecnologías
y con la posterior incorporación de la mujer al mundo laboral, cuando comienza
a producirse el cambio en la familia. Con la revolución industrial se producen
desplazamientos a lugares desarrollados industrialmente, por lo que se originan
movimientos de despoblación y sobrepoblación. Cambian las formas de
organización laboral, provocando la inclusión de la mujer en este ámbito. Es en
este momento cuando los roles de los cónyuges comienzan a cambiar. Antes de la
era industrial, la responsabilidad económica e institucional del hogar estaba
sobre el varón, después es compartida por ambos, varón y mujer. Los hijos pasan
a ser cuidados por otras personas que pueden ser del contexto social formado
por la familia, siendo lo que se considera como familia extensa, abuelos, tíos,
etc., o por cuidadores con los que no hay ninguna filiación. Aparecen las
niñeras y las guarderías.
Quizás
estemos viviendo un momento en el que habría que plantearse un nuevo
significado de Familia.
Ahora
no es estrictamente necesario tener lazos filiares para tener una familia. A
veces, los amigos son la familia, habría que investigar y analizar los
diferentes contextos sociales de cada conjunto de personas y observaríamos que
hay tantos tipos de familia como de grupos sociales.
Son
cada vez menos los grupos sociales que reúnen las características estrictas
para ser considerados Familia desde el punto de vista de la Ley o lo
eclesiástico, ya que el número de Divorcios aumentan cada año, al igual que el
número de uniones verbales, es decir, por sentimientos y no por contrato. Son
cada vez más las parejas que no están unidas bajo ningún tratado legal ni
religioso. Son muchas las personas que consideran su familia a las compañeras
de piso, a los vecinos, a las amigas, etc.
Entonces,
¿Qué es la Familia en la actualidad?
En este análisis que hace Marcelo
Colussi, reconocido investigador social,
podemos encontrar motivos interesantes de reflexión habida cuenta que es
un tema que afecta de una manera u otra a la sociedad actual.
Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
Amigos con derechos, amigovios, parejas abiertas, matrimonios homosexuales…, a
lo que podría agregarse, quizá con otro estatuto sociológico pero igualmente
"inquietante" para una visión tradicional: sexo cibernético,
relaciones en el espacio virtual, ¿muñecas y/o muñecos inflables de silicón?,
etc., etc. Todo esto es nuevo, y aún sigue produciendo mucho escozor a las
visiones conservadoras. Pero ahí están, tocando la puerta de nuestras
atribuladas sociedades.
"Adán y Eva y ¡no Adán y Esteban!", vociferaba un predicador
evangélico, Biblia en mano. De todos modos el campo de la sexualidad y las
relaciones afectivas en su sentido amplio siguen siendo -no hay otra
alternativa parece- el doloroso talón de Aquiles de lo humano. ¿Por qué,
indefectiblemente, en toda cultura y todo momento histórico, se ocultan las
"zonas pudendas"? Pero, ¿por qué son pudendas?, justamente. ¿Por qué
toda la construcción en torno a esto es tan pero tan problemática? El
psicoanálisis nos da la pista (no queremos saber nada de la incompletud, de la
falta, por eso tapamos los órganos que nos ¿avergüenzan?, porque descubren que
estamos en una carencia original: no podemos ser al mismo tiempo todo, machos y
hembras), aunque se prefiera una psicología de la felicidad que nos otorgue manuales
y fórmulas de autoayuda para ¿triunfar en la vida? y asegurar el "amor
eterno" (que, en realidad, no dura mucho). Resaltar la incompletud no es
muy grato que digamos; mantener la ilusión de la completud obviando el
conflicto a la base, es mucho más gratificante. Las religiones, en general, no
dicen algo muy distinto a esta psicología de la buena voluntad. Por eso todavía
siguen ocupando un importante lugar en la dinámica humana. Y la gente, aunque
luego se separe, sigue cumpliendo con el rito del matrimonio, en una amplia
mayoría de casos, en una iglesia, colocándose un anillo y jurándose fidelidad.
Si bien la "infidelidad" -mejor llamada, con más propiedad
científica, relación extramatrimonial- es una práctica tan vieja como el mundo
(de ahí el décimo mandamiento de la tradición cristiana, que indica "no
codiciar la mujer ajena" -machismo mediante, por supuesto: las mujeres no
tienen dueño-). El matrimonio monogámico y heterosexual, al menos en Occidente,
se sigue levantando como un paradigma y sinónimo de normalidad. A lo que podría
sumarse, como obligado complemento, aquello de "haz lo que yo digo y no lo
que yo hago". El matrimonio tiene mucho que ver con todo esto: hay
transgresiones por todos lados, hace agua, pesa. A veces agobia. En otros
términos: es como cualquier institución. No es una determinante natural; no
tiene que ver con ningún instinto biológico. Es un código, una construcción
histórica.
Sin dudas, una construcción socio-cultural más: ni tan "normal" ni
tan "sana" en sí misma. Construcción, posicionamiento, no más que eso
al fin de cuentas, pues en la historia y en diversas modalidades civilizatorias
puede encontrarse la monogamia tanto como la poligamia. Y justamente por el
machismo patriarcal que mencionábamos, muy raramente la poliandria. Si
mantenemos la neutralidad científica y no consideramos el mundo sólo desde lo
visceral, lo ideológico cerrado, rápidamente tenemos que agregar que ninguna
construcción es más "normal" ni "sana" que otra.
Como un dato con algo de "perturbador" (al menos para la conciencia
tradicionalista y reaccionaria) que no puede dejarse pasar inadvertido, valga
considerar este ejemplo: en la ciudad de Guatemala, Centroamérica (capital de
un país conservador desde el punto de vista ético, declaradamente cristiano
-pero con un porcentaje de abortos de los más altos de Latinoamérica, por
supuesto clandestinos-), en la última década la cantidad de travestis que
ofrecen sus servicios en las calles aumentó en un 1.000%. ¿Cómo leer el
fenómeno? ¿Se vuelve más "degenerada" la sociedad, o se permite
externar más algo que estaba latente desde siempre? Considérese que quienes
demandan el servicio son siempre varones (¿heterosexuales y monogámicos?). Si
subió tanto la oferta, es porque hay demanda, nos podrían decir los
mercadólogos. Esto de ser ¡puro macho! habría que empezar a ponerlo en
cuestión. Lo cual ayudaría a repensar críticamente -para buscarle alternativas,
claro está- la institución matrimonial.
Según investigaciones recientes aproximadamente un 50 % de matrimonios en el
mundo se disuelven. Podemos tomar el dato con pinzas (como todo dato en el
campo de la investigación social), pero no cabe ninguna duda que hay una
tendencia fuerte que no puede desconocerse. Esta tendencia -ahí está lo
importante a considerar- nos habla de algo: el matrimonio es una institución en
crisis. En todo caso, la modernidad de nuestros días posibilita poner sobre la
mesa sin tanto problema cuestiones que recorren la historia, anteriormente no
dichas, hoy ya más visibilizadas.
Si se echa una mirada histórica a esa tendencia se descubre que la misma, en
estas últimas décadas, ha presentado como diferencia básica el hecho de
mostrarse en forma pública sin mayores problemas; pero ha estado presente en
las sociedades desde tiempos inmemoriales. En cualquier cultura, y en toda
época, el matrimonio, en tanto institución, ha evidenciado signos de, por lo
menos, debilidad. Quizá ahora, sin que el mundo sea un paraíso precisamente,
pero con una mayor permisibilidad para ciertos temas, se puede hablar con más
libertad sobre esta tendencia (por eso, seguramente, esa mayor presencia de
travestis en las calles guatemaltecas. Y de moteles…, que se llenan de
"transgresores"). Cada día más, por otro lado, legislaciones de
distintos países aceptan el divorcio como un mecanismo social legítimo. La
crisis, parece que llegó para quedarse; ahora ya es tema obligado de
conversación. Es un hecho político, sin más.
Por supuesto que es un tema controversial y se puede estar furiosamente en
contra de esa dinámica, pero la realidad es dura y obstinada, y aunque desde
posiciones ideológicas conservadoras se levante un determinado discurso, la
realidad puede ir por otro lado (así suelen ser las cosas, por lo demás). Para
muestra (una entre tantas, las hay por miles), el discurso moralista de la
Iglesia católica: se fustiga la homosexualidad por pecaminosa, pero una parte
nada desdeñable de sus pastores tienen juicios por pederastía. ¿Eso es lo
"sano" y "normal", el doble discurso, la hipocresía, la
mentira institucionalizada? Evidentemente la psicología de la buena voluntad y
la apelación a valores de "buenos" y "malos" (los
"malos", por supuesto, siempre son los otros) no alcanzan para entender
el fenómeno en cuestión, mucho menos para plantearle alternativas.
La institución del matrimonio va acompañada y se inscribe en otra formación
social tal como el patriarcado, el primado del varón sobre la mujer (se es la
"mujer de"; el cinturón de castidad, aunque no se use de hecho, no
salió de nuestras mentalidades, la mujer es propiedad varonil, igual que una
vaca o una gallina), modalidad cultural que, sin poder decir que esté en
absoluto proceso de crítica y de retirada de la escena, al menos comienza
también -muy tibiamente todavía- a ser cuestionada. En este marco general,
entonces, debe entenderse el matrimonio como el dispositivo social que
permite/asegura la perpetuación de la especie, de la propia cultura, y de la
propiedad privada. Es la célula social que sirve para reproducir el sistema
vigente.
Todas las sociedades son conservadoras (para eso existen justamente: para
conservarse a sí mismas, asegurando los logros históricos que han ido
consiguiendo en el nunca terminado proceso civilizatorio); todas las
sociedades, hasta ahora, en mayor o menor grado son machistas, patriarcales. El
ejercicio del poder, al menos hasta ahora, está concebido en términos
masculinos (los que mandan siempre llevan un cetro de mando, representación
fálica por excelencia… -¡hasta el Papa!, que hizo votos de castidad!-). El
matrimonio, en tanto célula primordial de las sociedades, es por tanto
conservador, machista, patriarcal. Y si se quiere decir de otro modo: es un
ejercicio de poder.
En algunas sociedades, incluso, taxativamente está estipulado que el varón
puede disponer de varias mujeres -en el Islam por ejemplo- mientras que en
Occidente la bigamia es delito…, pero se tolera (al menos para el
"macho") una determinada cuota de "infidelidad", de
"canitas al aire". Hoy día, incluso, podría decirse que también
comienza a abrirse el campo también para las mujeres, pues por las calles
ofrecen sus servicios no sólo prostitutas (mujeres públicas) sino prostitutos.
El matrimonio implica un contrato social, un ordenamiento legal. Ambas partes
firman y se comprometen, tal como se hace en cualquier contrato civil, a
cumplir con la letra pequeña del texto, esa que nadie lee. El deseo, de todos
modos (aquello que quiere normar el décimo mandamiento) no se puede legalizar.
Como arreglo establecido, entonces, en tanto institución, el matrimonio es
producto de un acuerdo, de un convenio; por tanto, también sujeto a evolución
en el tiempo (siempre las legislaciones van a la zaga de los hechos consumados;
se transforma en ley lo que ya existe de hecho como práctica consuetudinaria).
Hasta ahora el matrimonio, con deficiencias intrínsecas insalvables (la
"infidelidad" es tan vieja como el mundo y todo indicaría que no hay
vacuna efectiva que lo evite. Los dioses griegos del Olimpo, muy humanos por
cierto, también tenían este tipo de relaciones) ha venido cumpliendo su
cometido: reproducir la especie y la sociedad. Y seguramente pueda seguir
cumpliéndolo, aún con sus nuevas variables: matrimonios homosexuales por
ejemplo, que si bien no reproducen biológicamente, sí pueden adoptar hijos y
criarlos. Lo cierto es que, a partir de esta crisis que ahora se patentiza,
pero seguramente presente en toda su historia, el matrimonio nos abre preguntas
que ya no podemos seguir evadiendo.
Por cierto que, como institución, no se nutre necesariamente del amor que se
jura en un altar hasta que la muerte separe a sus partes ("el amor eterno
dura… ¿cuánto tiempo?"); muchos matrimonios (si se conocieran los datos
reales sin dudas caeríamos de espaldas) se mantienen por otras circunstancias,
muy alejadas por cierto del enamoramiento entre sus cónyuges: conveniencia y/o
necesidad social. Una vez más: somos conservadores, ese es nuestro sino humano.
Y ni qué decir de la cantidad de matrimonios armados a espaldas de sus
miembros, más aún de la mujer, sólo para mantener/conservar/afianzar
conveniencias económicas y/o políticas. Fenómeno, por cierto, que se repite
tanto en sectores pobres como en la llamada "alta" (¿?) sociedad.
Evidentemente, el amor existe (sin dudas es de las cosas más extraordinarias de
la vida… ¡y ojalá fuera eterno!), pero en la vida no queda mucho espacio para
el amor. Aunque sí para el matrimonio.
En sí misma, tal como está planteada en su estructura, la institución
matrimonial lleva implícita la posibilidad de la transgresión a la promesa de
fidelidad -cosa, por lo demás, muy habitual-. Algunos estudios de opinión de
los tantos que circulan por ahí respecto a este tema refieren que el porcentaje
de varones con relaciones extra-matrimoniales no es tan desmedidamente más alto
que el de las mujeres con "canitas al aire": 60% contra un 35/40%
-dato a tomar con cuidado, pero que hay que leer e interpretar adecuadamente:
el deseo no es patrimonio varonil-.
De todos modos, en tanto institución conservadora, el matrimonio va más allá de
estas circunstancias "domésticas", intentando erigirse como un valor
ético en sí mismo -cerrando los ojos, tolerando, dejando pasar
"pecadillos" ocultos-. Para la tradición occidental y cristiana, se
lo pone como un punto de la máxima aspiración, un valor casi supremo en orden a
la construcción social. No hay que dejar de considerar que muchas parejas no se
separan porque el peso de la tradición y la presión social son excesivamente
grandes. Las excusas del caso pueden ser variadas (los hijos, las habladurías
de las familias, la tradición conservadora), aunque pareciera que el peso de
todo eso sigue siendo muy grande. De todos modos, algo evidencia que está
comenzando a fisurarse, porque ya son numerosos los países que han optado por
legalizar la ruptura de ese contrato matrimonial. El divorcio legal
-legalizando una práctica que se da muy habitualmente en la cotidianeidad-
avanza. Así como avanzan otros temas hasta ayer tabú: la legalización del
aborto no terapéutico, el matrimonio homosexual, la eutanasia, la legalización
de ciertas drogas.
Todo lo dicho, entonces, es lo que abre el cuestionamiento: si está siempre en
posibilidad de ser transgredido (las relaciones -y los hijos-
extramatrimoniales son un hecho incontrastable); si no asegura el enamoramiento
de sus partes; si conlleva todo el peso de la rutina y la formalidad de
cualquier institución: ¿por qué se mantiene el matrimonio?
Dar una respuesta convincente a esta pregunta implica largos desarrollos sociales,
psicológicos, políticos, ideológicos, que exceden las posibilidades de un
pequeño texto como el presente (pero que, no obstante, invitan a emprenderlos).
Acompañando esas reflexiones -y he ahí probablemente lo más rico que disparan
estas preguntas- queda la interrogante: si el matrimonio está en crisis, ¿con
qué reemplazarlo entonces?
Publicado por Jesús Hidalgo.