Queridos lectores, esta semana queríamos hacer algún comentario sobre una película española que hemos visto recientemente: “Una pistola en cada mano”.
Dicha película refleja cómo ocho hombres viven y sienten en relación a las mujeres con las que les toca compartir distintas situaciones.
La película nos muestra, entre otras cosas, lo diferente que es el mundo emocional de las mujeres y el de los hombres. Los hombres pueden ser muy amigos pero rara vez conocerán los conflictos emocionales de su amigo; por el contrario, para la mujer, es imprescindible conocer ese ámbito de sus amigas porque es precisamente este conocimiento el que le permite reforzar los lazos de su amistad.
El varón por supuesto sufre los conflictos que se le plantean en el mundo de los afectos, pero rara vez lo compartirá, sería un signo de debilidad. En el marco de una sociedad guerrera, manifestar emociones supone abrir una brecha en sus corazas. Cualquier expresión de un sentimiento que pueda suponer la declaración expresa de que su fortaleza se resiente, es un tabú, es un silencio.
Su fortaleza, lo masculino la ha basado en tres fuerzas:
Fuerza física, potencia sexual, fuerza afectiva.
Esto no se improvisa; desde niños al varoncito se le educa a reprimir sus emociones. ¿Quién no ha escuchado decirle a un niño: “Los niños no lloran, eso es cosa de chicas”?
Asociado –como es lo femenino- a lo débil, el ámbito de lo inaprensible, de lo sutil, de lo inmaterial, ha quedado relegado a los perdedores; ante la imposibilidad de “controlar” el ámbito de lo anímico se ha desprestigiado, se ha anulado y se ha reducido al mundo de las “pobres mujeres”.
Cierto es que las emociones se pueden controlar, disimular pero no abolir. Podemos aprender a contener el llanto, a disimular un disgusto, pero no puede evitar que todo ello afecte a nuestra estructura. Inevitablemente, todos, mujeres y ¡hombres! vivimos nuestras emociones.
El varón sabe que lo emocional constituye una parte primordial en la vida de nosotras las mujeres y lo utiliza como un “arma”. Recordemos que vivimos en una sociedad guerrera y cualquier cosa se puede convertir en un alma arrojadiza.
Una estrategia es, por ejemplo, contarle a una mujer lo desgraciado que se es, lo mal que le han tratado… Un hombre sabe que con eso despierta un nivel de “afecto” en una mujer, que ella muchas veces confunde con enamoramiento.
Dicho de otra manera: ir al terreno de las emociones de la mujer, constituyen para el hombre una estrategia de “conquista”. Es una conquista de “guante blanco”.
No ocurre con frecuencia, pero cuando el hombre abandona sus estrategias de conquista y se confía con sinceridad a una mujer, lo hace en la certeza de que va a ser escuchado y no va a ser juzgado por ello.
Démonos las mujeres -a este propósito- un instante de reflexión para recapacitar en el hecho de que, a veces, a las mujeres tampoco nos gusta un hombre “sensible”; hemos asumido muy bien el modelo de “macho alfa” y no esperamos de ellos “posibles debilidades”.
Es muy evidente que ni mujeres –por unos motivos- y varones –por otros- gestamos bien nuestras emociones y recabemos en que para una buena convivencia es imprescindible hacerlo.
Empecemos a situarnos ambos en esta tarea y para ello podemos partir de una evidencia: la supervivencia de los bebes de nuestra especie ha sido gracias a que las madres se guiaron en su crianza por sus emociones. De otra manera, ninguno estaríamos aquí.
Dicha película refleja cómo ocho hombres viven y sienten en relación a las mujeres con las que les toca compartir distintas situaciones.
La película nos muestra, entre otras cosas, lo diferente que es el mundo emocional de las mujeres y el de los hombres. Los hombres pueden ser muy amigos pero rara vez conocerán los conflictos emocionales de su amigo; por el contrario, para la mujer, es imprescindible conocer ese ámbito de sus amigas porque es precisamente este conocimiento el que le permite reforzar los lazos de su amistad.
El varón por supuesto sufre los conflictos que se le plantean en el mundo de los afectos, pero rara vez lo compartirá, sería un signo de debilidad. En el marco de una sociedad guerrera, manifestar emociones supone abrir una brecha en sus corazas. Cualquier expresión de un sentimiento que pueda suponer la declaración expresa de que su fortaleza se resiente, es un tabú, es un silencio.
Su fortaleza, lo masculino la ha basado en tres fuerzas:
Fuerza física, potencia sexual, fuerza afectiva.
Esto no se improvisa; desde niños al varoncito se le educa a reprimir sus emociones. ¿Quién no ha escuchado decirle a un niño: “Los niños no lloran, eso es cosa de chicas”?
Asociado –como es lo femenino- a lo débil, el ámbito de lo inaprensible, de lo sutil, de lo inmaterial, ha quedado relegado a los perdedores; ante la imposibilidad de “controlar” el ámbito de lo anímico se ha desprestigiado, se ha anulado y se ha reducido al mundo de las “pobres mujeres”.
Cierto es que las emociones se pueden controlar, disimular pero no abolir. Podemos aprender a contener el llanto, a disimular un disgusto, pero no puede evitar que todo ello afecte a nuestra estructura. Inevitablemente, todos, mujeres y ¡hombres! vivimos nuestras emociones.
El varón sabe que lo emocional constituye una parte primordial en la vida de nosotras las mujeres y lo utiliza como un “arma”. Recordemos que vivimos en una sociedad guerrera y cualquier cosa se puede convertir en un alma arrojadiza.
Una estrategia es, por ejemplo, contarle a una mujer lo desgraciado que se es, lo mal que le han tratado… Un hombre sabe que con eso despierta un nivel de “afecto” en una mujer, que ella muchas veces confunde con enamoramiento.
Dicho de otra manera: ir al terreno de las emociones de la mujer, constituyen para el hombre una estrategia de “conquista”. Es una conquista de “guante blanco”.
No ocurre con frecuencia, pero cuando el hombre abandona sus estrategias de conquista y se confía con sinceridad a una mujer, lo hace en la certeza de que va a ser escuchado y no va a ser juzgado por ello.
Démonos las mujeres -a este propósito- un instante de reflexión para recapacitar en el hecho de que, a veces, a las mujeres tampoco nos gusta un hombre “sensible”; hemos asumido muy bien el modelo de “macho alfa” y no esperamos de ellos “posibles debilidades”.
Es muy evidente que ni mujeres –por unos motivos- y varones –por otros- gestamos bien nuestras emociones y recabemos en que para una buena convivencia es imprescindible hacerlo.
Empecemos a situarnos ambos en esta tarea y para ello podemos partir de una evidencia: la supervivencia de los bebes de nuestra especie ha sido gracias a que las madres se guiaron en su crianza por sus emociones. De otra manera, ninguno estaríamos aquí.
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