Por Inspiración Femenina
El pasado jueves 2 de octubre, la presidenta del Circulo
de Empresarios, Monica Oriol, pronunciaba unas palabras que han conmocionado
los medios de comunicación en los últimos días, cuando abiertamente dijo que
prefería contratar a mujeres de menos de 25 años o de más de 45, para evitar el
‘problema’ de cuando se quedan embarazadas.
Nadie ha quedado indiferente ante estas
declaraciones de esta mujer madre de seis hijos, que en la cúspide de la
dirección empresarial, ha dado muestras del lo honda que puede llegar a ser la
mella masculina en las mujeres que acceden a estas posiciones.
Aquí les dejamos los enlaces sobre la noticia. Uno
es un articulo de el periódico español El País, y el otro es un post del blog
Mujeres, del mismo diario español:
La noticia nos ha entristecido, pero sinceramente…,
no nos ha sorprendido tanto, pues nos da muestras de una triste realidad –mucho
más profunda y enraizada de lo que creemos- que muchas veces pasa desapercibida
por el discurso pro-mujer políticamente correcto que tan en boga está en los
medios: la realidad de que el mundo laboral de nuestras sociedades está basado
en un modelo masculinista de productividad y rendimiento, que requiere a personalidades masculinas (ya sean hombres o
mujeres) para lograr sus objetivos, y que las mujeres que se incorporan a él, y
sobre todo aquellas que acceden a puestos directivos, lo hacen desde posiciones
muy masculinas. De otro modo, muy probablemente no hubieran sido aceptadas en
semejante casta androcéntrica.
Desgraciadamente, muchos empresarios (infinitamente
más de los que están dispuestos a admitirlo) no contratan mujeres porque ellas
se embarazan y eso significa largas licencias por maternidad, o porque
menstrúan y eso implica desde permisos hasta falta de rendimiento durante esos
días ‘femeninos’, como suelen llamarse. Sin embargo, ellos no son tan ‘bocones’
como Mónica Oriol, y consiguen no tener a la prensa encima.
Una investigación realizado por la OIT
(Organización Internacional del Trabajo), titulada Genero, Formación y Trabajo mostraba que: “A pesar de la presencia
de las mujeres en la empresa, todavía se espera del trabajador que tenga
ciertas cualidades de las consideradas tradicionalmente ‘masculinas’: que él (o
ella) anteponga a todo su carrera profesional; que centre su vida en el
trabajo; que esté en condiciones de dedicar al trabajo largas jornadas para
adaptarse al rápido ritmo de producción que requiere el mercado mundializado;
que pueda ajustar su vida familiar a las exigencias del trabajo, cuando este lo
demande; y que, en fin, no esté coartado por unas obligaciones familiares que
reclamen su dedicación a ella. (…) Por consiguiente, a pesar de haber
incorporado a las mujeres en la fuerza del trabajo, la empresa sigue buscando
al hombre en su modelo de división del trabajo entre ‘hombre proveedor de
ingresos-mujer forjadora de familia”.
Obviamente, el mundo laboral de nuestras sociedades
requiere de lo que tradicionalmente se entiende por hombres dispuestos a
entregarlo todo por su empresa. Y esto sucede, como expresa nítidamente Sergio
Sinay en su libro La Masculinidad Toxica,
en un contexto “que no considera jamás al
trabajo como un espacio de enriquecimiento humano y vincular, como un escenario
en el que se manifiestan las ricas singularidades de las personas, como un
camino de servicio al otro, a los demás seres, al planeta. Un contexto en el
cual el trabajo está vaciado de espiritualidad y trascendencia. El trabajo
está, bajo el paradigma masculino tóxico, en función excluyente de los
negocios. Quien dice negocios en el vocabulario de ese paradigma, habla de
rentabilidad, de lucro, de utilidades y se postra reverencialmente ante esas
palabras.
(…)Los
negocios son una forma sofisticada, aunque igualmente impiadosa, de la guerra.
Las empresas, en la sociedad que componemos, se organizan como los ejércitos,
vertical y jerárquicamente. Tienen reglamentos tan rígidos y autoritarios como
aquellos. Los organigramas de un ejército y de una corporación son
intercambiables. En ambos, además, se usan uniformes (…) En el lenguaje de los
negocios pululan palabras traídas de los campos bélicos: estrategias, campañas,
targets (blancos), objetivos, conquista, líder, grupos de tareas, espionaje,
munición gruesa, atacar problemas, pasar a la ofensiva, capturar. Para entrenar
a ejecutivos se usan juegos de guerra y manuales de combate…”
Efectivamente los negocios, como esa guerra
impiadosa, requieren de guerreros intrépidos, dispuestos a dejar su vida por la
patria. En ese terreno, las mujeres no somos muy válidas, pues aún estamos
demasiado enamoradas de la vida que se gesta en nuestras entrañas. Y para hacernos
soldados que engrosan las filas de la guerra, no nos queda más remedio que convertirnos
en machos.
Y eso es lo que hemos visto en esta noticia: A una
mujer convertida en macho, dirigiendo a un ejército de soldados empresarios
para ‘ganar’ la guerra. Porque ‘Ganar… Ganar más’ se ha convertido en el único
objetivo de esa batalla. El lucro ha constituido un fin en si mismo, y cuando
el dinero, el poder o el lucro se constituyen en fines por si mismos,
justifican todos los medios.
Necesitamos mujeres que impregnen de feminidad el
mundo de la empresa, mujeres que no huelan a testosterona, y que se atrevan a
aplicar nuevas visiones de la economía. De poco le sirve a nuestra especie que
aumente el número directivas, si éstas se comportan como gallos de pelea.
Necesitamos mujeres que permitan a las mujeres incorporarse al mundo laborar
como mujeres, que abran opciones femeninas como los horarios flexibles o las
guarderías. Necesitamos mujeres dispuestas a inventar, que apuesten por la
calidad, en vez de por la cantidad, y que se atrevan a desarrollar otro estilo
de liderazgo.
Loden, autora de la obra Dirección femenina: cómo triunfar en los negocios sin actuar como un
hombre, sostiene que frente al estilo de dirección “masculino”
caracterizado por la competitividad, la autoridad jerárquica, el control y la
resolución analítica de problemas, las mujeres prefieren un estilo alternativo
denominado “femenino”, definido por la cooperación, la colaboración con los
subordinados, el bajo control y la resolución de problemas sustentada en la
intuición, empatía y racionalidad.
Esas son las mujeres que han de servirnos de
referencia…, y que están, pero que no salen en la prensa. Esas son las mujeres
que cambiaran poco a poco el paradigma que nos ahoga y que nos amenaza como
especie.
Ellas, y cada una de nosotras que se atreva a
abandonar los modos masculinos que hemos incorporado en nuestro lenguaje, en
nuestro comportamiento, en nuestra forma de amar y de relacionarnos. Ellas, y
cada una de nosotras que se atreva a quitarse la armadura y a caminar desnuda
por un campo en el que ya no se sembraran muertes, sino frutos fértiles.
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