Ayer
se celebró en gran parte mundo el día internacional de la mujer. El día 8 de
Marzo tristemente nos recuerda que aún existen condiciones de discriminación
por razón del sexo.
El
hecho de nacer mujer en cualquier parte de este Planeta supone todavía, sin
temor a equivocarnos, una gran desventaja con respecto a las oportunidades de
desarrollo personal, intelectual, laboral, económico, y como no, social.
Si
pensamos en el motivo causante de la celebración de este día, sin entrar a
valorar si ello es bueno o malo, nos lleva a darnos cuenta de que parece
necesario que ocurran desgracias lo suficientemente grandes en número o en
espectacularidad como para que esa parte de la humanidad ‘sometedora’ y
dominante se plantee modificar un poquito las condiciones en las que esta otra
parte de humanidad, en este caso la mujer, vive sus vidas cotidianas.
Por
otra parte, el logro hay que ponerlo en cuarentena, porque si para que todas
podamos ser consideradas elementos productivos –no solo del hombre y de los
hijos en la casa, sino también para esa economía capitalista y esa sociedad que
nos promete libertad e independencia- hay que morirse primero, o al menos que
lo hagan unas cuantas, pues tal vez deberíamos replantearnos qué logros son los
que, como mujeres, queremos obtener.
Ser
mujer en este lugar del Universo no puede ser una desagracia, no podemos, como
mujeres, creer eso y repetir con nuestras actitudes y pensamientos una
costumbre que nos llegó desde los tiempos remotos. La libertad y la
independencia no deben ser logros a los que aspirar si están manchadas con la
sangre o con el sufrimiento de una sola mujer.
No
se trata de reivindicar nada, no hay reclamos que hacer, porque aun no hay quien
quiera escuchar nuestros reclamos. Así que, comencemos a caminar por el camino de lo sincero, escuchando y
obedeciendo lo que nuestro corazón nos dice. Si sentimos que tenemos que hablar
es porque ha habido mucho silencio. Nuestras palabras son torpes, nuestro verbo
primitivo, pero solo hablando podemos crear un modo nuevo de estar y sentir la
vida.
No
podemos imaginar un mundo mejor que aquel en el que podamos celebrar, no solo
estar vivas, sino también el ser mujeres. No podemos soñar con un futuro
presente más extraordinario que ese en el que
podamos sentir que ser mujer es un orgullo, y que por ser mujeres, y
solo por eso, ya somos infinitamente amadas. ¿Se imaginan?
Pero
estamos en la esperanza, y en ese sentido aquí en esta Escuela de la vida, en
la que aprendemos otra forma de interpretar a través del amor, nuestro asesor decía
en el programa de radio “jóvenes gócense” emitido el día 8 de Marzo, que hay
que dar tiempo al tiempo, y ese mundo mejor llegará.
Para
ello tanto hombres como mujeres tenemos que permitir el desarrollo de lo femenino,
tenemos que dedicar un mínimo esfuerzo en descubrir en nosotros mismos cómo se
expresa ese femenino. Él hablaba, en el programa de que el hombre varón, por
envidia y por miedo a ese femenino, subyugo a la mujer, pero que ya es tiempo
de dar cauce a esa expresión por el bien común de la humanidad a la que
pertenecemos tanto hombres como mujeres.
La
propuesta desde la Escuela Neijing es,
puesto que el varón surge de una necesidad de la especie en femenino, debe
ejercer de ello. Ejercer de servidor. El hombre varón debe aprender esto, y
poner todas sus capacidades y virtudes al servicio de la especie humanidad, y
el camino más próximo y realizable es ponerse al servicio de la belleza. Esa
belleza que encarna lo femenino.
Así
que, según él decía en el programa, y si pueden escúchenlo porque es un beso
para nuestra alma, “es toda una suerte de virtudes el ser mujer” “Hagamos todos
un esfuerzo, varones, y hembras, por desarrollar la belleza de lo femenino. No
buscar esa igualdad absurda que lo que pretende es manipular más aún a la
mujer, sino que dejar que ésta establezca su espacio, su territorio y su
colaboración; y el hombre ser un servidor de ese afán de belleza, porque si hay
algo en abstracto que podrá llevar a nuestra especie a la liberación eso es la
belleza, la belleza de lo inmortal”.
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