Por Laura Sierra Medina
Pirindola es una palabra viejuna, tan viejuna como el objeto al
que representa. Sencilla hasta la vergüencita si la comparamos con las tablets
con las que se entretienen los niños hoy en día.
La mía era roja y blanca pero no aparece en google
De muy pequeña yo tenía una pirindola. Creo
que aún no sabía ni leer. Era roja y blanca con dibujos en negro por todo el
canto. Me acuerdo de su tacto, me encantaban sus bordes redondeados y suaves y
aparte de la alegría por hacerla bailar, me gustaba precisamente pasar las
horas muertas explorando sus contornos.
Pero mi pirindola era un poco traviesa y
se me perdía con mucha facilidad. Recuerdo de forma muy viva una imagen de mi
misma, arrodillada delante del cajón donde solía guardarla, poniendo patas
arriba el metro de costurera de mi madre, el papel blanco y fino con el que
recortaba los patrones, las tijeras, una regla grande de madera donde a mis
hermanos y a mí nos gustaba dibujar… pero la pirindola caprichosa, cuando estaba
por esconderse, no había manera de encontrarla. Ante mi impaciencia mi madre me
propuso que dijera “ya saldrá” cada vez que se perdiera y ese ya saldrá se convirtió así en mi
particular manera de invocar a la pirindola ausente.
Pronto descubrí que esas palabras eran
mágicas pues funcionaban de dos maneras diferentes: si decía ya saldrá y me olvidaba de verdad de la
pirindola poniéndome a jugar a otra cosa, de repente aparecía en el lugar más
insospechado y cuando menos lo esperaba. La sorpresa y alegría eran mayúsculas
en ese caso. Si por el contrario pronunciaba el ya saldrá con fervor, con pasión, con angustia ante la posibilidad
de que no apareciera, mi pirindola, efectivamente, no aparecía. Ya saldrá me repetía revolviendo una y
otra vez en el cajón; ya saldrá;
mirando debajo del mueble de la salita; ya
saldrá, si seguía buscando en la mesilla de mi habitación… Pero nada. Cuando
en este caso volvía a recuperar la pirindola no me hacía tanta ilusión como en
la situación primera, por el contrario surgía el miedo ante una nueva pérdida y
la codicia me impedía prestársela a mis hermanos.
Esa historia y ese ya saldrá, ha sido una de esas anécdotas vitales que siempre he
recordado con cariño e indulgencia de parte de la adulta que soy ahora a la
niña que entonces era.
Pero hete aquí que últimamente leo mucho
en chino y cada vez estoy más convencida de que los antiguos sabios orientales
eran conocedores del arte de vivir. El Wu Wei del Taoísmo es el arte de la no acción, entendido no como quedarte
tipo ameba a verlas venir, sino como el ahorro del empeño, el prescindir de la
obcecación por la búsqueda de la consecución de los deseos; la práctica de la
aceptación de cada acontecimiento que llega a tu vida; la humildad al reconocer
que todo lo que nos pasa es necesario para el desarrollo de nuestro potencial. No
caer en la tentación de recorrer el camino directo y de rápida resolución hacia
el que siempre nos quiere llevar nuestra mente y permitir, como dicen mis
libros en chino, que tenga lugar el movimiento zigzagueante del que Lo Creativo
se sirve para resolver cada cosa que sucede. Desapegarse de esa resolución que
queremos que ocurra y confiar en que lo que venga por sí mismo será lo mejor
para nosotros. Todo un arte. Nada fácil para seres cuyo ego es fundamental, por
definición, para la vida.
Leyendo esos pasajes yo me acuerdo de mi
pirindola y de las dos posibilidades de afrontar su pérdida. La primera de
ellas, confiada, desprendida, humilde… aceptando sinceramente los hechos sin
permitir que el resto de mis actos y juegos estuviesen condicionados por la
pérdida y el afán de búsqueda. Puro Wu Wei.
La otra posibilidad, cargada del anhelo
por encontrarla, me llevaba al sufrimiento y al llanto, a revolver por revolver
en los cajones, desesperada por hacer algo
para que apareciera. En definitiva, a no desprenderme de su ausencia, a no
disfrutar de otros juegos mientras tanto. Actitud anti Wu Wei.
Es ésta una enseñanza que me ronda desde
hace un tiempo y me doy cuenta que algunas de las últimas entradas de este blog
están relacionadas con ella. Debe ser que es algo que tengo que aprender ahora pero
que necesito abordarlo desde múltiples perspectivas para que lo asimile cada
una de mis células. Quién sabe.
Mientras la enseñanza me cala de verdad o
no, yo intento jugar con lo que tengo delante y saborear las situaciones que me
llegan. Y si algún anhelo entra en mi mente, si me invade el ansia por llegar
pronto a una meta inexistente, respiro, confío, llamo a la paciencia y muy
bajito me digo: ya saldrá.
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