Por Inspiración Femenina
En estos tiempos en los que la comunicación, Internet,
Facebook, Whatsapp, etc., hacen que sea fácil estar en contacto con los demás,
sigue habiendo montones de personas –sobre todo mujeres- que se sienten solos.
Y lo viven con frustración, con desesperación, con desolación.
Pensamos en pacientes, en conocidos, en amigos, en
familiares… y encontramos en muchos un denominador común: terror a la soledad,
a no tener pareja, incapacidad para terminar relaciones de mala calidad, miedo
a la libertad, culpabilidades, etc. Y, cuando finalmente han conseguido acabar
esa relación que no era adecuada,
un deseo persistente de encontrar a alguien que les aparte de una
soledad dolorosa.
Ha llegado a nosotras un artículo escrito hace ya un tiempo,
pero que nos ha sorprendido por su claridad de ideas: Marcela Lagarde: La
soledad y la desolación.
Marcela Lagarde, es maestra y doctora en antropología,
etnóloga de profesión. Como investigadora se dedica a estudiar la condición de
género y la situación vital de las mujeres. Diputada federal de la Cámara de
Diputados del Congreso de México. Ha
escrito numerosos libros, entre los cuales están: ‘Para mis socias de la vida (cuadernos
inacabados)’, en el que habla del tema que estamos abordando. O ‘Cautiverios de
las mujeres (Cosecha De Nuestras Madres)’.
Según Lagarde, soledad y desolación no son lo mismo, pero
las confundimos. Soledad es la experiencia vital en donde el yo está en el
centro. Es un estado en el que las actividades y experiencias que tenemos, son
personales y no requieren de nadie más, ni en lo real ni en lo simbólico.
Desolación es un estado emocional de dolor después de una
pérdida irreparable.
La soledad es una experiencia devaluada cultural y
socialmente, pero necesaria para el desarrollo del pensamiento reflexivo.
Para enfrentar el miedo a la soledad tenemos que reparar la
desolación en las mujeres y la única reparación posible es poner nuestro yo en
el centro y convertir la soledad en un estado de bienestar de la persona. Para
construir la autonomía necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica
concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas.
Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que
nos quedamos solas.
Estas son algunas de las afirmaciones que pueden encontrar
en el artículo de Marcela Lagarde, creemos que sus ideas aportan un punto de
vista muy interesante sobre un tema que desde Inspiración Femenina se ha
tratado a fondo, el de la ‘Soledad fecunda’.
Les invitamos a leer el artículo completo –y si tienen más
tiempo, el libro-. Creemos que aporta claves importantes para entendernos mejor
a nosotras mismas, que puede ayudarnos en el descubrimiento de nuestra
identidad, y que se pueden llevar a la práctica, no queda en especulación teórica.
Soledad y Desolación, por Marcela Lagarde
La soledad es la emancipación necesaria.
Nos han enseñado a tener miedo a la libertad; miedo a tomar
decisiones, miedo a la soledad. El miedo a la soledad es un gran impedimento en
la construcción de la autonomía, porque desde muy pequeñas y toda la vida se
nos ha formado en el sentimiento de orfandad; porque se nos ha hecho
profundamente dependientes de los demás y se nos ha hecho sentir que la soledad
es negativa, alrededor de la cual hay toda clase de mitos.
Esta construcción se refuerza con expresiones como las
siguientes ¿te vas a quedar solita?, ¿ Por qué tan solitas muchachas?- hasta
cuando vamos muchas mujeres juntas-. La construcción de la relación
entre los géneros tiene muchas implicaciones y una de ellas es que las mujeres
no estamos hechas para estar solas de los hombres, sino que el sosiego de las
mujeres depende de la presencia de los hombres, aún cuando sea como recuerdo.
Esa capacidad construida en las mujeres de crearnos
fetiches, guardando recuerdos materiales de los hombres para no sentirnos
solas, es parte de lo que tiene que desmontarse. Una clave para hacer este
proceso es diferenciar entre soledad y desolación. Estar desoladas es el
resultado de sentir una pérdida irreparable. Y en el caso de muchas mujeres, la
desolación sobreviene cada vez que nos quedamos solas, cuando alguien no llegó,
o cuando llegó más tarde. Podemos sentir la desolación a cada instante.
Otro componente de la desolación y que es parte de la
cultura de género de las mujeres es la educación fantástica par la esperanza. A
la desolación la acompaña la esperanza: la esperanza de encontrar a alguien que
nos quite el sentimiento de desolación. La soledad puede definirse como el
tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios
con nosotras mismas. La soledad es un espacio necesario para ejercer los derechos
autónomos de la persona y para tener experiencias en las que no participan de
manera directa otras personas.
Para enfrentar el miedo a la soledad tenemos que reparar la
desolación en las mujeres y la única reparación posible es poner nuestro yo en el
centro y convertir la soledad en un estado de bienestar de la persona. Para
construir la autonomía necesitamos soledad y requerimos eliminar en la práctica
concreta, los múltiples mecanismos que tenemos las mujeres para no estar solas.
Demanda mucha disciplina no salir corriendo a ver a la amiga en el momento que
nos quedamos solas.
La necesidad de contacto personal en estado de dependencia
vital es una necesidad de apego. En el caso de las mujeres, para establecer una
conexión de fusión con los otros, necesitamos entrar en contacto real,
material, simbólico, visual, auditivo o de cualquier otro tipo. La
autonomía pasa por cortar esos cordones umbilicales y para lograrlo se requiere
desarrollar la disciplina de no levantar el teléfono cuando se tiene angustia,
miedo o una gran alegría porque no se sabe qué hacer con esos sentimientos,
porque nos han enseñado que vivir la alegría es contársela a alguien, antes que
gozarla. Para las mujeres, el placer existe sólo cuando es compartido porque el
yo no legitima la experiencia; porque el yo no existe.
Es por todo esto que necesitamos hacer un conjunto de
cambios prácticos en la vida cotidiana. Construimos autonomía cuando dejamos de
mantener vínculos de fusión con los otros; cuando la soledad es ese espacio
donde pueden pasarnos cosas tan interesantes que nos ponen a pensar. Pensar en
soledad es una actividad intelectual distinta que pensar frente a otros.
Uno de los procesos más interesantes del pensamiento es
hacer conexiones; conectar lo fragmentario y esto no es posible hacerlo si no
es en soledad. Otra cosa que se hace en soledad y que funda la modernidad, es
dudar. Cuando pensamos frente a los otros el pensamiento está comprometido con
la defensa de nuestras ideas, cuando lo hacemos en soledad, podemos dudar. Si
no dudamos no podemos ser autónomas porque lo que tenemos es pensamiento dogmático.
Para ser autónomas necesitamos desarrollar pensamiento crítico,
abierto, flexible, en movimiento, que no aspira a construir verdades y esto
significa hacer una revolución intelectual en las mujeres. No hay
autonomía sin revolucionar la manera de pensar y el contenido de los
pensamientos. Si nos quedamos solas únicamente para pensar en los otros,
haremos lo que sabemos hacer muy bien: evocar, rememorar, entrar en estados de
nostalgia.
El gran cineasta soviético Andrei Tarkovski, en su película “Nostalgia”
habla del dolor de lo perdido, de lo pasado, aquello que ya no se tiene. Las
mujeres somos expertas en nostalgia y como parte de la cultura romántica se
vuelve un atributo del género de las mujeres. El recordar es una
experiencia de la vida, el problema es cuando en soledad usamos ese espacio
para traer a los otros a nuestro presente, a nuestro centro, nostálgicamente.
Se trata entonces de hacer de la soledad un espacio de desarrollo del
pensamiento propio, de la afectividad, del erotismo y sexualidad propias.
En la subjetividad de las mujeres, la omnipotencia, la
impotencia y el miedo actúan como diques que impiden desarrollar la autonomía,
subjetiva y prácticamente. La autonomía requiere convertir la soledad en un
estado placentero, de goce, de creatividad, con posiblidad de pensamiento, de
duda, de meditación, de reflexión. Se trata de hacer de la soledad un espacio
donde es posible romper el diálogo subjetivo interior con los otros y en el que
realizamos fantasías de autonomía, de protagonismo pero de una gran dependencia
y donde se dice todo lo que no se hace en la realidad, porque es un diálogo
discursivo.
Necesitamos romper ese diálogo interior porque se vuelve
sustitutivo de la acción ; porque es una fuga donde no hay realización vicaria
de la persona porque lo que hace en la fantasía no lo hace en la práctica, y la
persona queda contenta pensando que ya resolvió todo, pero no tiene los
recursos reales, ni los desarrolla para salir de la vida subjetiva intrapsíquica
al mundo de las relaciones sociales, que es donde se vive la autonomía. Tenemos
que deshacer el monólogo interior.
Tenemos que dejar de funcionar con fantasías del tipo: “le
digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de pensar “aquí estoy, qué pienso,
qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y por qué” que son preguntas vitales de
la existencia. La soledad es un recurso metodológico imprescindible para
construir la autonomía. Sin soledad no sólo nos quedaremos en la precocidad
sino que no desarrollamos las habilidades del yo. La soledad puede ser vivida
como metodología, como proceso de vida.
Tener momentos temporales de soledad en la vida cotidiana,
momentos de aislamiento en relación con otras personas es fundamental. y se
requiere disciplina para aislarse sistemáticamente en un proceso de búsqueda
del estado de soledad. Mirada como un estado del ser – la soledad
ontológica – la soledad es un hecho presente en nuestra vida desde que nacemos.
En el hecho de nacer hay un proceso de autonomía que al mismo tiempo, de
inmediato se constituye en un proceso de dependencia.
Es posible comprender entonces, que la construcción de género
en la mujeres anula algo que al nacer es parte del proceso de vivir. Al crecer
en dependencia, por ese proceso de orfandad que se construye en las mujeres, se
nos crea una necesidad irremediable de apego a los otros. El trato social
en la vida cotidiana de las mujeres está construido para impedir la soledad. El
trato que ideológicamente se da a la soledad y la construcción de género anulan
la experiencia positiva de la soledad como parte de la experiencia humana de
las mujeres.
Convertirnos en sujetas significa asumir que de veras
estamos solas: Solas en la vida, solas en la existencia. Y asumir esto
significa dejar de exigir a los demás que sean nuestros acompañantes en la
existencia; dejar de conminar a los demás para que estén y vivan con nosotras.
Una demanda típicamente femenina es que nos “acompañen” pero
es un pedido de acompañamiento de alguien que es débil, infantil, carenciada,
incapaz de asumir su soledad. En la construcción de la autonomía se trata de
reconocer que estamos solas y de construir la separación y distancia entre el
yo y los otros.
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